Capítulo 38.

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Punto de vista de Amelia Ledesma.

Paz: esa era la mejor palabra para describir lo que sentía cuando estaba junto a Luisita.

Después de haber jugado en la arena de la playa durante la noche, volvimos a la fiesta de la boda en el enorme y concurrido salón de baile, donde nos reunimos con nuestro grupo de amigas y permanecimos juntas durante toda la madrugada, gritando, saltando y divirtiéndonos como no lo habíamos hecho en meses.

Ahora, horas después, Luisita y yo estábamos tumbadas en la cama de la habitación que nos había reservado la madre de María. Mi cuerpo estaba completamente pegado al mullido colchón mientras la rubia se recostaba sobre mi pecho. Mis manos entrelazaban los mechones de su pelo mientras las suyas recorrían la longitud de mi busto hasta la cintura de los pantalones cortos que llevaba, deteniéndose a veces en mi pecho y rodeándolo, para luego apretarlo.

Estuvimos hablando de la fiesta y de lo divertido que había sido el fin de semana. Me esforcé por concentrarme en las palabras que salían de sus labios, pero el dulce olor de su perfume mezclado con el de su pelo me robó por completo la atención.

Dejé de acariciar el pelo de la mujer recostada sobre mi pecho y recibí a cambio un gemido de desaprobación.

—Que no pares, Amelia —habló con voz socarrona mientras tocaba mi mano.

—Eres muy dulce, ¿lo sabías? —pregunté, riéndome de la situación, moviendo mis dedos entre los mechones de su pelo.

—Uhum —ronroneó, frotando su cabeza contra mi pecho hasta que encontró una posición cómoda de nuevo.

—¿Qué quieres hacer hoy?

—No lo sé —respondió ella —¿Qué te parece si vemos una película?

—Sabes que no vamos a ver una película —bromeé.

—Es cierto —rió —Sólo quiero quedarme así —su pierna derecha pasó por encima de la mía, que estaba estirada —Ahora estas atrapada.

Apreté a Luisita contra mi cuerpo tan fuerte como pude, sintiendo que ella me devolvía el apretón.

—Ahora tú también estas atrapada.

Permanecimos unos segundos más en silencio, hasta que escuchamos el sonido de la puerta del balcón abriéndose con la fuerza del viento, lo que hizo que Luisita saltara literalmente sobre mi cuerpo, asustada.

—¡Joder! —dijo sentándose en la cama, llevándose la mano al pecho —¡Qué susto, maricón!

Me eché a reír y me acerqué a ella.

—Está bien, ¿vale? Era sólo el viento —le toqué la cara.

—Siente esto —dijo cogiendo mi mano y poniéndola sobre su pecho izquierdo.

En cuanto mi mano tocó su pecho pude sentir los latidos de su corazón. Mi mirada se encontró con la suya y ambas sonreímos.

Es tan hermosa.

Todavía con mi mano en su pecho, rodeé su pecho con la palma de la mano y lo apreté ligeramente, lo que hizo que Luisita me diera una palmadita en el muslo.

—Eres terrible —dijo —Estoy aquí demostrando que casi me muero de miedo y casi que te estás aprovechando de mí.

—Sólo estoy comprobando tu salud, ¿vale? —dije, acercándome a su cuerpo.

—¿Ah, sí? ¿Y se supone que debo saber cómo funciona eso? —respondió ella.

—Por supuesto que sí —llevé mis manos a su cintura —Funciona así, mira.

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