Capítulo 33.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

—¿Cariño? —la voz de Amelia sonó desde el otro lado de la puerta —¿Ya estás preparada?

Me miré en el espejo y observé mi reflejo.

—¡Ya casi estoy! —dije mientras me dirigía a la puerta del baño y la abría —Necesito ayuda para ponerme la parte superior del bikini.

—Yo te ayudaré —dijo, sonriendo.

Miré su cara, que me miraba de forma sugerente, y miré el bikini que tenía en mis manos.

—Por favor —dije mientras le entregaba la pieza a la morena.

Llevé las manos al dobladillo de la camiseta y la subí lentamente, dándole la espalda en el proceso.

—¿No llevas nada? —su voz salió sorprendida al ver mi espalda completamente desnuda.

—No... —le contesté.

—¿Y por qué no te das la vuelta y miras al frente? —susurró cerca de mi oído.

—Porque si lo hago estaremos atrapadas en esta habitación durante horas —incliné la cara hacia un lado —Y tu familia será la primera en preguntarse dónde estamos y qué hacemos.

—Mierda —dijo, y me reí —Ponlo ahí —me entregó la prenda.

Me ajusté la parte superior del bikini a los pechos y me pasé las dos cintas negras por los hombros, dejándolas caer sobre la espalda.

—Ahí lo tienes.

Sentí que las manos de Amelia agarraban ambos extremos, entrelazándolos y finalmente asegurándolos en un nudo.

—¿Demasiado apretado? —preguntó.

—Puedes hacerlo más ajustado —le contesté.

El nudo se apretó un poco, lo suficiente como para que el bikini se mantuviera ajustado alrededor de mi busto.

—Ahí quedó bien. Ahora la parte de abajo.

Pasé los otros dos extremos del bikini a la mujer que estaba detrás de mí, que los sujetó con el mismo nivel de fuerza en medio de mi espalda.

—¿Te gusta así o lo quieres más duro? —susurró mientras bajaba sus manos hasta mi cintura y me apretaba contra su cuerpo.

—Me gusta así —llevé mis manos a las suyas y giré mi cuerpo para quedar frente a los ojos verdes que me miraban fijamente —No es muy difícil. Sólo lo necesario.

Amelia hizo mención a acercar nuestras caras, pero nos apartamos en cuanto oímos la voz de Taylor sonar por toda la habitación.

—¿Vienen o no? ¡Sólo faltan ustedes dos!

—Estamos bajando, Taylor. Vinimos a buscar algunas cosas —Amelia miró a su hermana —Dile a esas perras que vayan calentando porque Luisita y yo las vamos a vencer.

—Pasaré el mensaje —respondió la menor de los Ledesma —Vengan pronto, que las estamos esperando.

—¡Gracias Tay! ¡Ya vamos bajando! —le di las gracias.

La chica salió por la puerta de la habitación y yo respiré aliviada mientras volvía a mirar a Amelia.

—Eso estuvo cerca.

—Como si mi hermana nunca nos hubiera visto a las dos besándonos —replicó ella.

—Estoy avergonzada —argumenté.

—No pareces avergonzada cuando empiezas a gemir contra mi boca —sonrió con picardía.

—¡Amelia! Madre mía mujer. Bajemos antes de que cambie de opinión y decida aliarme con María.

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