Capítulo 28.

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Punto de vista de Amelia Ledesma.

A la mañana siguiente me desperté con el maravilloso olor del café que se estaba preparando.

Me retorcí en la cama, tanteando el espacio a mi lado en un intento de encontrar el cálido y abultado cuerpo de la rubia, sin embargo no lo encontré. En su lugar sólo estaba la arrugada sábana blanca que cubría la cama, testigo de una noche inquieta y calurosa.

Cogí la almohada en la que había dormido y la abracé, sintiendo el olor de su pelo y su perfume en ella. Me quedé mirando el techo durante unos minutos, recordando las escenas de la noche anterior.

No podía dejar de sonreír.

Dejé escapar un grito ahogado en su almohada y, en cuanto me giré hacia un lado, me di cuenta de que el pequeño plátano que le había regalado estaba apoyado contra la lámpara de su mesa de noche, con un pequeño trozo de papel entre sus manitas.

"Buen día, preciosa..

He dejado una camiseta mía en la cama para que la puedas usar. Al lado también hay una almohada con una funda azul, tómala, es tu única oportunidad.

En cuanto estés lista, llámame. Estaré en la cocina.

Un beso, Luisita".

Apoyé mi cuerpo sobre los codos y miré hacia el extremo de la cama, donde efectivamente había una funda de almohada azul y una camiseta blanca encima.

Me levanté de la cama y busqué mis bragas, que estaban dobladas junto a mi vestido. Me puse la ropa interior y luego me puse la camiseta blanca de Luisita, que acabó quedando muy suelta en mi cuerpo. Miré la almohada y fruncí el ceño.

¿Qué quiso decir con "tómala, es tu única oportunidad"?

Fui hacia el baño y, al mirar mi reflejo en el espejo, casi dejé escapar un grito. Mi cuello tenía un enorme color púrpura, me levanté la camisa y vi que, al igual que mi cuello, mis pechos también estaban magullados, además de los chupetones tenía arañazos en la cintura y sobre todo en la espalda.

Mujer desgraciada.

Me llevé las manos a la cara y la sacudí negativamente, sonriendo como una tonta al recordar los momentos en que se habían hecho esas marcas.

Me até el pelo en un moño suelto y me lavé la cara. Utilicé un enjuague bucal que encontré en el lavabo para refrescar mi aliento, ya que no había traído cepillo de dientes, y volví al dormitorio. De nuevo me quedé mirando la almohada azul de la cama y decidí cogerla, después de todo no tenía ni idea de lo que me esperaba.

—¿Luisita? —la llamé mientras me acercaba a la puerta entreabierta del dormitorio.

—¿Amelia? —preguntó, probablemente desde la cocina, ya que el sonido de su voz era un poco apagada.

—¿Puedo salir de la habitación? —pregunté, poniendo la mano en el pomo de la puerta, dispuesta a abrirla.

—¿Encontraste mi nota en nuestro peluche de plátano? —gritó.

—Sí, lo hice —le contesté.

—¿Y tienes la almohada azul en tus manos?

—Sí, pero... —iba a seguir hablando, pero ella me interrumpió.

—Voy a contar hasta tres y entrar en la habitación.

—Luisita, ¿qué estás...

—¡UNO! —gritó.

—¡Espera!

—¡DOS! —el sonido de su voz se acercó y me alejé de la puerta.

—¿Qué pretendes hacer?

The RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora