Capítulo 21.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

El tan esperado viernes había llegado. La fiesta de celebración de Empresa Ledesma tendría lugar hoy y no podía estar menos ansiosa.

Anoche fue muy difícil para dormir. Después de tomar una ducha muy relajante, comer algo ligero y preparar algo de equipamiento así como la ropa que llevaría al evento, me tumbé en mi cama y esperé a que llegara el sueño, que no llegó.

Incontables veces me revolví en la cama a lo largo de la noche en busca del sueño que necesitaba para descansar.

Simplemente no lo pude conseguir, y cuando al fin logré hacerlo, acabé despertándome sobre las nueve de la mañana con el sonido del despertador que había puesto y rogué internamente que me dieran cinco minutos más. Sentí como si literalmente me hubiera quedado dormida.

Luchando contra todas las tentaciones posibles, me levanté de la cama y preparé un abundante desayuno. Después de comer fui a mi habitación y cogí mi bolsa de la cámara, que contenía todo el equipo que iba a utilizar durante la noche, y volví al salón.

Organicé todo el equipo sobre la mesa por orden de tamaño: objetivos, flashes, tarjetas de memoria, baterías de repuesto para los flashes, el cable que se ajustaba a la cámara y la mantenía sujeta a mi cuello y, por último, la propia cámara.

Con mucho cuidado, limpié las piezas por segunda vez, dejándolas listas y aptas para su uso, guardándolas de nuevo en la bolsa cuando terminé. Dejé el bolso encima del sofá, y al volver a mi habitación para coger el móvil sentí algo extraño, como si fuera un sentimiento, que me advertía de que no lo dejara expuesto.

Me pareció extraño, pero decidí escucharme a mí misma.

Volví al salón, recogí el bolso y lo llevé al dormitorio, guardándola en mi parte del armario. Abrí la sección de Sebastián y miré su ropa durante unos minutos.

Tenía que arreglar esto.

Oí sonar mi teléfono móvil y corrí hacia él, sonriendo involuntariamente cuando vi el nombre en la pantalla.

—Buenos días señorita Ledesma —hablé con un falso tono profesional.

Buenos días, señorita Gómez —me contestó en el mismo tono.

—¿Te ha gustado? —pregunté —Estoy practicando para esta noche.

Es perfecto —se rió —Entonces, ¿nerviosa?

—¡Muy! —respiré profundamente y me tiré en la cama —¿Y tú?

Temblando como un perrito que le acaban de dar un baño.

No pude soportarlo y me reí a carcajadas de su comentario.

—¿Has memorizado al menos lo que vas a decir? —pregunté.

Sí, pero tengo miedo de no recordar nada y entrar en pánico. Odio las multitudes, aunque se me dan bien, lo admito. Pero mi miedo siempre esta ahí —respondió ella.

Me quedé en silencio durante unos segundos.

—Tengo una idea. ¿Qué tal si cuando nos encontremos más tarde te enseño un truco?

—¿Por qué no puedes enseñarme ahora?

—Porque es mejor en persona —respondí, y pude oír cómo dejaba escapar un suspiro al otro lado de la línea.

Vale, está bien. Aunque me muera de curiosidad, confiaré en ti —dijo, y luego permaneció en silencio durante un rato —Ahora que sé cómo estás puedo llegar al punto por el que te llamé. Acabo de enviar un correo electrónico a todo el equipo pidiéndoles que lleguen una hora antes, así que todos deberían estar en el teatro a las siete. ¿Crees que puedes lograrlo?

The RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora