Capítulo 35.

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Punto de vista de Amelia Ledesma.

—Te quiero, Amelia.

Su voz era temblorosa y su respiración era agitada por la carrera que había hecho desde la salida hasta la mitad del puente.

La miré a los ojos y me fue imposible no sonreír. Nuestros rostros estaban cerca, lo que permitió que su cálido aliento me diera de lleno en la cara.

Observé cómo su pecho subía y bajaba en busca del oxígeno necesario para normalizar su respiración mientras la lluvia caía sobre nosotras, empapándonos por completo.

Ella me quería.

El marrón de sus ojos estaba parcialmente iluminado por las luces del parque, resaltando su mirada que no se apartaba de la mía ni un milisegundo, anhelando una respuesta.

Luisita intercambió su mirada entre mis ojos mientras yo no podía dejar de sonreír como una tonta frente a la rubia.

Ella me quería.

Sus palabras se repitieron, resonando en cada centímetro de mí.

Acerqué nuestros rostros y rocé lentamente mis labios contra los suyos, cerrando los ojos al hacerlo.

Las manos de Luisita subieron a mi nuca y allí encontraron algunos mechones de pelo sueltos, ya mojados por las gotas de lluvia, que se aseguró de enrollar entre sus dedos.

Sentí que su boca se abría como una muda petición de que la besara, pero me aparté lo suficiente para poder mirarla a los ojos de nuevo. Y allí, atrapando mi mirada en la suya, dejé escapar las palabras a través de mis labios, demostrando que lo recíproco era siempre cierto.

—Yo también te quiero, Luisita —susurré.

Sus ojos tomaron un color diferente, más de lo habitual. Y brillante, muy brillante. Era como si sonriera con su mirada.

Sus manos, que seguían agarrando los mechones de mi nuca, me acercaron, cortando la poca distancia entre nosotras y juntando nuestros labios.

Sentí que un escalofrío recorría mi columna vertebral y luego se concentraba en mi estómago en el momento en que nuestras lenguas se encontraban.

Nunca había sentido esto.

¿Eran las famosas mariposas en mi estómago?

A estas alturas, ambas estábamos completamente empapadas por la lluvia torrencial que caía del cielo cada vez más oscuro. Pero no parecía importarnos la cantidad de agua que teníamos en el pelo, y mucho menos el hecho de que nuestra ropa estuviera totalmente pegada al cuerpo.

Nos besamos durante largos segundos hasta que el aire empezó a faltar, y cuando nos separamos pude ver el mismo brillo en los ojos de la rubia, que ahora iban acompañados de pupilas dilatadas. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas y sus labios estaban un poco más rojos que de costumbre por el beso.

—Tengo una idea.

—¿Cúal es? —sonrió haciendo sus ojos chinitos.

—¿Tienes algún lugar al que debas ir ahora?

—Dondequiera que estés tú —respondió ella.

Sonreí ante su respuesta y la agarré de la mano derecha, tirando de ella conmigo mientras empezaba a correr por el puente en el que estábamos.

Su risa resonó en todo el parque mientras corríamos juntas intentando esquivar los charcos en medio de la carretera. La lluvia seguía cayendo sobre nosotras y parecía ser cada vez más fuerte.

The RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora