Capítulo 32.

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Punto de vista de Amelia Ledesma.

A la mañana siguiente, Luisita y yo nos despertamos con el sonido del despertador de mi teléfono móvil sonando estridentemente por toda la habitación. Gimiendo con desaprobación y rindiéndome al molesto sonido, solté la cintura de la mujer que estaba a mi lado y me dirigí al tocador, donde busqué el aparato y finalmente conseguí apagarlo.

Oí un gemido bajo de Luisita y luego vi cómo se tumbaba boca arriba, mirando al techo mientras se frotaba la cara. Me volví hacia ella mientras apoyaba la cara en mi brazo sobre la almohada.

—Buenos días, cariño —sonreí, ella hizo lo mismo pero girando en la cama, de cara a mí.

—Buenos días, amor —susurró.

Miré su cara marcada por la almohada y sonreí. Sus ojos marrones eran claros por la mañana.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté.

—¿Qué quieres decir? —sus cejas se juntaron, confundidas.

—¿Qué tengo que hacer para despertarme a tu lado cada día?

Hundió la cara en la almohada y se echó a reír, volviendo a mirarme unos segundos después con las mejillas completamente rojas.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —respondió ella.

Acerqué mi cara a la suya y apreté nuestros labios.

—¿Quién se duchará primero? —pregunté, cambiando de tema.

Sus ojos marrones se abrieron de par en par y entonces pude oír su risa llenar la habitación.

—La que llegue primero al baño —respondió mientras se desenrollaba de las sábanas y se levantaba.

—¡TRAMPOSA! —grité.

Aparté la sábana con fuerza mientras me ponía de pie y corrí hacia el baño, llegando frente a la puerta al mismo tiempo que Luisita.

—¡Yo llegué primero! —dijo.

—No, no lo hiciste. Llegamos juntas —respondí mientras me ponía delante de la puerta.

—¿Y ahora qué?

—Ahora nos vamos a duchar juntas —sonreí con picardía.

Luisita arqueó las cejas y sus labios se curvaron en una sugerente sonrisa.

—Es una idea excelente —se acercó a mí y acercó su cara a mi cuello.

Su cálida lengua tocó mi piel y rápidamente sus labios se cerraron contra mi punto de pulso, donde se aseguró de chupar un poco fuerte.

Mis manos bajaron automáticamente a su cintura, pero las de Luisita fueron más rápidas y agarraron las mías antes de que pudiera atraerla hacia mí.

—Pero hoy voy a conocer a toda tu familia y no quiero causar una mala impresión —me susurró cerca de la oreja, donde se aseguró de morderla —Así que si me disculpas, necesito tomar mi ducha, por favor.

—Tú no acabas de hacer esto, Luisita —dije con una voz completamente ronca.

—¿Qué cosa? —sonrió —Sólo estoy tratando de abrir la puerta del baño.

Que cínica es.

—Bien —dije —Nos vemos en treinta minutos, entonces —me puse delante de la puerta.

Cuando Luisita se acercó a donde yo estaba y giró el pomo, me acerqué por detrás y la abofeteé, tomándola por sorpresa.

—No llegues tarde —sonreí.

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