Capítulo 36.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

4 días después.

Los últimos días habían sido muy tranquilos.

Empecé mis prácticas en el departamento de fotoperiodismo de The New York Times y me alegré de haber sido tan bien recibida por mis compañeros.

Mi trabajo era muy parecido al que hacía en el estudio con María. Ayudaba en la creación de imágenes fotográficas, manejaba cámaras y objetivos, retocaba negativos de película y manejaba imágenes digitales, y cuando tenía algo de tiempo libre o entre descansos, me escabullía a la redacción, donde se producían las noticias.

Ese lugar era un mundo aparte.

Todos esos monitores con millones de palabras escritas, la gente comunicándose entre sí, las historias que se crean... todo eso me encantó.

Acabé haciéndome amiga de la redactora jefe, Amanda Steinfeld, que fue muy amable y acogedora conmigo, tanto en mi departamento como en el suyo. Al principio no me sonaba su apellido, aunque sentía que lo conocía de alguna parte, pero a los pocos días tuve mi respuesta: Peter Steinfeld, o más bien, el director general de The New York Times, el padre de Amanda.

Había empezado con buen pie en mi nuevo trabajo y estaba orgullosa de ello. Ahora, en mi hora de descanso, estaba sentada en la mesa del comedor con Amanda y sus amigos de la redacción mientras intercambiaba mensajes en mi teléfono móvil.

María había cambiado el nombre del grupo por el de: "Parejas".

María

Perras, este es el trato... es viernes y antes de que vayan de fiesta, quiero recordarles que están INVITADAS a quedar conmigo después del trabajo para que puedan probarse los vestidos.

He subrayado la palabra INVITADAS para recordar que no se trata de una invitación sino de un mandato.

Ya saben la dirección de la tienda así que voy a estar esperando a todas allí.

Miré los mensajes durante unos segundos, asimilando su contenido, y no pude evitar emocionarme.

Con todo el ajetreo de mi vida, la ruptura con Sebastián y el comienzo de mi relación con Amelia, había olvidado que la boda de María y Marina estaba cada vez más cerca. Iban a casarse en Malibú, al otro lado del país, donde vivían sus familias.

Confieso que estaba emocionada. Sería la primera vez que iba a una boda en la playa y además, era mi mejor amiga la que se casaba.

Sonreí al imaginarla caminando de la mano con Marina entre los invitados, arrojando arroz sobre ellos, y lo siguiente que supe fue que las lágrimas corrían por mis mejillas.

Eran lágrimas de alegría. Alegría por ellas, por hacer oficial su unión delante de sus familiares y amigos, aunque siempre supimos que iban a terminar juntas.

En medio de los pensamientos, incluso me imaginé vestida de blanco corriendo de la mano de Amelia mientras salíamos entre los invitados y nos dirigíamos al coche que nos llevaría de luna de miel.

¿Sería demasiado fantasear imaginar que me casaba con ella?

La quiero. Quiero a Amelia como nunca antes había querido a nadie y ahora que estábamos saliendo todo parecía tan intenso y tan bonito que a veces me preguntaba si todo era realmente real o sólo un cuento de hadas.

—¿Luisita? —la voz de Amanda me despertó de mis pensamientos.

—Hola —respondí, mirando a la mujer que se levantó.

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