Capítulo 6.

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Punto de vista de Luisita Gómez.

Después de salir de la tienda de ropa, Sebastián me llevó al restaurante donde me había propuesto matrimonio.

Me pareció extraño.

Hacía mucho tiempo que no estábamos allí y, a pesar de los buenos recuerdos que tenía en ese lugar, estar con él ahora, en este preciso momento, no era lo que quería.

Con los pedidos ya hechos, él me miró y tomó mis manos.

—Siento haberte agarrado el brazo antes. Me volviste loco y perdí el control.

—¿Así que es mi culpa? Si no te hubiera "enloquecido" —hice comillas con los dedos —¿No me habrías agarrado del brazo?

—Luisita, no quiero pelear —dijo en tono tranquilo.

—Yo tampoco quiero pelear. Estoy cansada de ello. Estoy cansada de ser la única que se preocupa por nuestra relación.

—He pensado mucho en lo que dijiste ayer y he llegado a la conclusión de que me estoy equivocado. No he parado en casa en los últimos meses y no he sido un buen prometido. Me disculpo.

Reflexioné sobre lo que estaba diciendo. Su rostro estaba tranquilo. Parecía estar diciendo la verdad, parecía sincero.

Una parte de mí me decía que no le creyera. La otra parte decía lo contrario.

Aparté la mirada de Sebastián para centrarla en el camarero, que volvió a nuestra mesa pidiendo permiso para servir los platos en nuestra mesa junto con una botella de champán que también habíamos pedido. Le dimos las gracias y el hombre canoso se alejó de nosotros.

Empezamos a comer, en silencio. Sebastián no tardó en sacar un tema.

—Dentro de unas semanas tenemos esa comida con mi familia en el campo.

Mierda. Lo había olvidado por completo.

La familia Fernández tenía la tradición de preparar un banquete para las celebraciones especiales. Lo habían hecho para cada Acción de Gracias, Navidad y la boda de mi cuñado, el hermano de Sebastián.

—Realmente no se... —fueron las únicas palabras que pude pronunciar.

—Todo el mundo estará allí. Mamá, papá, mis abuelos, mis tíos... Es hora de que conozcas a toda la familia —parecía emocionado.

—No puedo esperar —fingí emoción.

Y como si Dios hubiera escuchado mis plegarias, mi teléfono móvil empezó a sonar. Era el número de la tienda de ropa.

—¿Hola? —respondí a la llamada. Sebastián me miraba atentamente.

¿Srta. Gómez? —preguntaron desde el otro lado.

—Si, soy yo. ¿En qué puedo ayudarle?

Soy Rocío de Ledesma Boda. La llamo para decirle que su vestido acaba de llegar de la costurera, han hecho todos los ajustes necesarios y ahora necesitamos que venga a probarlo. Traté de avisarle esta mañana, pero no pude. ¿Podemos concertar una cita?

Me acordé de Amelia y de su petición de que le avisara de mi próxima prueba. Sonreí involuntariamente.

—Sí, podemos. ¿Hay alguna hora disponible mañana? —pregunté.

Sí, a partir de las 14:00hs.

—Es perfecto. Entonces, a las 14:00 de la tarde estaré allí.

Una cosa más... —Rocío continuó —¿Pueden venir también sus madrinas? Sus vestidos también están listos.

—Eso es seguro. Estaremos allí.

The RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora