Capítulo 44: Impulsos estúpidos y dos personas fuera de lo común...

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¿Qué saldrá de esto?

Nada bueno, eso puedo afirmarlo sin problemas.

Lo que estoy por hacer es una locura. Una completa y descabellada locura. ¿Pero saben que? La vida monótona me tiene cansada. También tomemos en cuenta que no estoy en mis cinco sentidos. Probablemente por la mañana me arrepentiría de esto, pero hoy es hoy y debo vivirlo.

Q youiero que cuando me muera pongan en mi lápida "No te quedes con las ganas". Así todas las personas deprimidas  que pasen por encima mío mientras descanso en un ataúd de madera, lo lean y decidan hacer cambios en sus vidas.

Pero eso ya es divagar.

Camino a paso seguro hasta la cocina. El trayecto me lo sabía de memoria. Tanto que podría hacerlo con los ojos cerrados.

Max se encuentra de espaldas, frente a la máquina de café, probablemente en un intento de bajarme de las nubes. No se percata de que una persona muy aturdida esta parada en la puerta, decidida a echar el orgullo al infinito y más allá.

Alguien debería detenerme.

Cierro mis ojos unos segundos y vuelvo a recordar mi célebre frase para dar unos pasos llenos de confianza. Toco dos veces el hombro de Max, este se gira y para el momento que lo hace no tiene tiempo ni de decir "Mississippi".

Mis labios chocan con los suyos y es como si una chispa se encendiera. Está aturdido, por lo que tarda en responderme al beso, pero lo hace cosa que me deja sorprendida. Esperaba un inminente rechazo. Paso mis manos por su cuello, atrayéndolo más a mi. El beso es hambriento. Cómo sería el beso de dos almas desesperadas y deseosas que no se han visto en un largo, muy largo tiempo.

Sus labios me hacen sentir como en casa, como que al fin, todo está bien y la discordia ha terminado.

En un rápido movimiento, me sube de un salto haciendo que enrede mis piernas alrededor de su torso. Abraza, apegándome más. Gira conmigo y hace que me siente en la mesada de la cocina. Sin desprender el beso, quita mi chaqueta de jeans para dejarme en un simple sostén que probablemente es muy aniñado pero con veracidad, no puede importarme menos.

El efecto de Esteban todavía sigue en mi organismo, por lo que me siento demasiado prendida, otra vez. Casi como si quisiera hacer todas las perversiones que alguna vez pasaron por mi cabeza en su sector más oscuro.

Max, sin embargo, no parece compartir los mismo planes. Desprende el beso y siento como si me arrebataran algo esencial. Con las respiraciones agitadas, apoya su frente con la mía y cierra sus ojos.

Parece que acabo de correr un maratón. Mi corazón bombardea tan fuerte que tengo miedo de que se salga de su lugar, mis piernas, las cuales están envueltas en su cadera comienzan a deshacer el agarre como el hechizo que nos hizo perder los estribos.

Se separa de mi y me mira a los ojos. No tiene expresión alguna, y si la tiene no podría ser capaz de descifrarla.

—Vete a la mierda, Max Taylor— sonrió y me bajo de un salto de la mesada. Camino hacia la salida y recojo mi abrigo que había quedado en el suelo.

No dice nada y si lo hizo, no lo escuche. Ignorando mis ganas de volver por un segundo round y terminar de matarlo, abro la puerta principal luego de tomar mi teléfono y me de la casa.

                          
                               ***

Mi cabeza duele como mil demonios. Esto parece tortura china. Casi como si me estuvieran hundiendo muchos clavos en le cráneo. Bueno, quizás esté exagerando pero todo es para agregarle drama a la situación.

Un amor inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora