Capítulo 32.

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Alex y Sandra me empujaron hasta llegar arriba y nos metimos en nuestra habitación. Ellos dos se sentaron en la cama de Sandra y yo en la mía. Ambos me miraban expectantes. Abrí la ventana para escuchar cuando viniesen y en ese instante apareció una moto y Mario salió, detrás de la moto vino un coche. Jimena salió del coche y ya no vi más porque bajé corriendo a la entrada. Como no, todas las luces de la casa ya estaban volviéndose locas. Llegué corriendo a la puerta de la entrada y Culebra se quedó mirándome, tragó saliva y se acercó a mí, ahora esquivando mi mirada, hasta que se quedó delante de mi y tuvo que mirarme, quisiera o no.


Yo: ¿Se puede saber que se te pasa a ti por la cabeza? - pregunté enfadada - ¡Qué te podía haber pasado algo, a ti y a Jimena! ¡Que eres un inconsciente, de verdad!


Culebra esbozó una sonrisa casi imperceptible.


Yo: Que... Que nos habéis dado un susto de muerte - dije calmándome, mientras recordaba que él estaba enfadado conmigo, no quería aumentar su enfado hacia mí.

Culebra: Hacen falta muchos mas pringaos de esos para acabar conmigo.


Nos quedamos callados mirándonos. Y admito que estaba nerviosa, no sé porque, así que simplemente agaché la cabeza.


Culebra: Reina - dijo mirándome.


Al escuchar esa palabra no pude evitar mirarlo y sonreír como una tonta, y él terminó entrando, supongo que a comer algo ya que no habría comido en todo el día. Subí arriba y Alex bajó, así que yo le conté lo que acababa de pasar a Sandra.


Yo: ¡Y me ha vuelto a llamar reina!

Sandra: Pues yo me alegro de que vuelva a estar todo bien entre vosotros.


Al final me acosté y me quedé dormida.



---Al día siguiente---

Me desperté, me vestí, me peiné y bajé. Como no tenía hambre fui directamente a la puerta, encontrándome a Ángel con la mirada perdida. Estaba como ausente.


Yo: ¿Ángel? Ángel. ¡Ángel!


Por fin me miró.


Yo: ¿Estás bien?


Asintió no muy convencido.


Yo: Es que sigues dormido ¿o qué?

Ángel: No.

Yo: Oye, que voy a ir para clase. ¿Te vienes?

Ángel: Sí, sí, claro, que llego tarde.


Abrí la puerta y Ángel se quedó mirando la cocina.


Yo: ¿Vamos?

Ángel: Sí.


Salió conmigo y él cerró la puerta. Llevábamos bastante tiempo en silencio. Ángel parecía sumido en sus pensamientos.


Yo: ¿Te ha comido la lengua el gato?


Él negó con la cabeza.


Yo: ¿Qué te pasa?

Ángel: Nada, déjalo.

Yo: Ángel...


Él suspiró.


Ángel: Siento como que no formara parte de esto.

Yo: ¿Parte de qué?

Ángel: Pues, de la familia. En casa no acaban de fiarse de mí.


Lo paré.


Yo: Es por Culebra ¿no? ¿Qué ha pasado ahora?


Se quedó callado.


Yo: No sé, no le hagas caso, a ver Culebra no está muy a gusto desde que estás tú aquí. Pero es buen tío, de verdad. No sé, dale un poco de tiempo.

Ángel: Ya. Bueno, no sé, será que hoy tengo un mal día.

Yo: ¿Te cuento un secreto?


Él asintió.


Yo: Cuando era pequeña, y pasaba algo malo en mi casa, como, cuando murió mi abuela o cuando mis padres discutían, pues me daba como un ataque y me ponía a correr por la casa alrededor y, a dar vueltas uno y otra y otra y otra vez.

Ángel: ¿Y eso?

Yo: Es lo que hacía Superman alrededor del mundo cuando moría Lois Lein.

Ángel: Ah.

Yo: ¿No te acuerdas?


Él negó.


Yo: Pues él pensaba que haciendo eso, daba marcha atrás en el tiempo.

Ángel: ¿Y lo conseguías?

Yo: No - me reí - Me cogía un mareo impresionante. Pero cuando mi madre me veía correr, me paraba y me abrazaba, y aunque no cambiaba nada, pues lo malo, parecía menos malo.


Él se quedó pensando.


Yo: Bueno, son chorradas de niña, que, que yo te he contado esto para que sepas que cuando estés mal o estés triste, pues puedes venir corriendo hasta donde esté yo, y lo malo puede dejar de ser tan malo.

Señora: Ángel.

Ángel: Voy - le dijo a la mujer, que supuse que sería la dueña de la casa en la que trabajaba - ¿No podrías darte unas vueltecitas a la casa? Para tener más tiempo tú y yo.

Yo: No sé para que te he contado nada - dije de broma.


Me giré y vi que venían Sandra y Alex caminando hacia mi.


Yo: Bueno, luego nos vemos ¿no?

Ángel: Vale.


Ángel entró en la casa y yo esperé a Sandra y a Alex.


Yo: ¿Y Culebra? ¿No ha venido con vosotros?

Sandra: No, no sabemos donde se ha metido.


Mientras íbamos al cole estábamos hablando de cualquier cosa. Llegamos a clase y vi que estaba Culebra en su sitio, el de al lado estaba libre, me puse a su lado.


Yo: Pero bueno, ¿dónde te habías metido?

Culebra: Pues por ahí.

Yo: Ea, ¿ya volvió el Culebra que pasa de todos? ¿O qué?

Culebra: Pues ya ves.

Yo: Pues me gustaba más el de anoche. ¿Qué hay que hacer para que vuelva? ¿Eh? ¿A lo mejor unas cosquillas? ¿O unas gambas? ¿Me vas a hacer cantar, sabiendo la vergüenza que me da?


Él sonrió un poco, sin poder evitarlo.


Yo: Como de aquí a la próxima hora no haya vuelto, te vas a cagar - dije de coña.


Y tras eso, volvió a ser el de antes. No se que bicho le había picado, pero por lo menos después de eso estuvo como siempre. Las clases pasaron aburridísimas como siempre. Al volver a casa íbamos Culebra y yo a nuestro royo hablando, y detrás nuestra los demás.


Yo: ¿Me vas a contar de una vez que te pasaba?

Culebra: No, no tienes porque saberlo todo, listilla.


Al final, durante el camino a casa seguimos hablando de cualquier cosa. Entramos a casa, soltamos las mochilas junto al mueble de la entrada y entramos a la cocina, allí estaba Jimena, que ni siquiera se dio cuenta porque estaba muy concentrada mirando a Mario, que se encontraba en el patio hablando con los peques. Se giró hacia nosotros, que le estábamos sonriendo cómplicemente, y rápidamente disimuló.


Jimena: ¿Ya estáis aquí?


Culebra y yo no miramos de manera cómplice, para luego asentir a la vez.


Jimena: ¿Qué pasa?

Culebra: Oye, que por nosotros no te cortes, que puedes seguir mirando a Mario todo lo que tú quieras.

Jimena: No digáis bobadas. ¿Dónde están los demás?

Yo: Vienen detrás. Pero vamos, que no te hagas la loca.

Culebra: Que ayer cuando te tocó la niña esa, lo soltaste todo.

Yo: ¿Todo qué?

Culebra: Pues que le mola Mario.


Ella lo miró un poco avergonzada.


Yo: Bueno, y tu le gustas a él - le aseguré a Jimena - Eso está claro. Solo hay que ver como te mira.

Culebra: Se le nota un huevo.


Ella empezó a sonreír.


Culebra: Uy, uy, pero si te estás poniendo roja.

Jimena: Culebra - le advirtió para que no siguiera por ahí.


Él empezó a reírse.


Yo: Es que no lo entiendo, vamos a ver, si a ti te gusa, y tú le gustas, ¿cuál es el problema?

Culebra: La verdad es que tenéis suerte. Hay gente que no lo tiene tan fácil - dijo dándole un apretón en el hombro, para luego mirarme a mí.


Suspiró y luego salió de la cocina. Yo no pude evitar poner una mueca triste. Jimena se quedó mirando unas gafas rotas que había en la encimera, y yo ayudé a Jimena a terminar de poner la mesa. Comimos todos, menos Ángel que aún no había llegado de trabajar. Cuando terminamos de comer entre todos los mayores recogimos la mesa y la cocina en general. Lucía, Valeria y Carlitos estaban en el salón hablando de algo de unos cuentos. Cuando terminamos de recoger vi que Ángel estaba hablando con Carlitos de algo de suspender, pero no les eché mucha cuenta. Subí a mi habitación y me puse a leer, hasta que llamaron a la puerta.


Yo: ¿Si?


Ángel entró.


Ángel: ¿Quieres venir a dar una vuelta?

Yo: Vale.


Bajamos, nos pusimos los abrigos.


Yo: ¿A dónde vamos?

Ángel: Es una sorpresa.


Salimos. En la puerta nos encontramos con Lucas y su amigo Hugo hablando. Los salude con la mano y me giré hacia Ángel.


Yo: Bueno, a ver cuando me dices a donde vamos, que llevas todo el rato de un misterio...


Él simplemente se rio.


Ángel: Es una sorpresa, pero ya verás, te va a gustar mucho el sitio.


Pasamos junto a Lucía, Carlitos y Valeria que estaban jugando en la acera. Y Jimena a su lado, que nos paró.


Jimena: Chicos. No lleguéis tarde a cenar, eh.

Yo: Vale.


Ángel se despidió con la mano y seguimos andando. Estuvimos alrededor de media hora por ahí andando, hasta que por fin llegamos a una montaña.


Ángel: ¿A qué merecía la pena venir?

Yo: Pues sí, la verdad es que sí.

Ángel: Mira ven. Te voy a enseñar una cosa.


Llegamos a la cima y había una vistas preciosas.


Ángel: ¿Es o no es alucinante?

Yo: Sí, pero un poco alto ¿no?

Ángel: Estoy yo aquí, tranquila, no te va a pasar nada.


Yo asentí, un poco incómoda.


Ángel: Oye T/n. Quería darte las gracias por todo.

Yo: Bueno, de nada, por nada.

Ángel: No, enserio. Eres la única que ha confiado en mí.

Yo: A ver, que Sandra también confía en ti. Bueno, tienes que tener paciencia. Verás como las cosas salen bien.

Ángel: Las cosas no siempre acaban bien.


Empezó a acercarse a mi, colocó su mano en mi cintura, y admito que me iba a apartar, pero al ver que solo me daba un beso en la mejilla, me quedé quieta. Es decir, los amigos también se dan besos en la mejilla ¿no?


Culebra: Hombre, parejita. ¿Qué hacéis por aquí? - dijo poniéndose a nuestro lado.

Los protegidos y tú (Actualizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora