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Miré por última vez el papel en mi mano, había sido una estupidez crear aquella lista. Debería haber tenido claro que con mi penoso nivel de organización nunca lograría hacer ninguna de las cosas allí escritas.

Abrazar lo que extrañaría; la poca costumbre de abrazar constantemente me haría aplazar esto para último momento, lo sabía pero de todas maneras lo agregué.

Hablar con mis amigos. En mi mente creaba grandes y largos diálogos llenos de emoción, pero en realidad no hicimos mas que intercambiar algunas palabras.

Decirle a Fernando que realmente me gustaba y aclarar lo de la llamada. Apenas si hablamos, y la vergüenza no me lo permitiría. Por alguna razón no estaba 100% segura de qué tan buena idea era.

¿Hacer un numerito en el aeropuerto? Definitivamente no. No le demostraría a León lo mucho que me afectaba el viaje, ni tampoco le dejaría la idea de que mamá me había malcriado estos años.

Pateé la maleta que descansaba junto a mi cama, a pesar de que León insistió en que no era necesario que llevara equipaje, guardé algunas cosas para llevarlas: poleras, uno que otro polerón, y pantalones.

Si iba a un lugar desconocido es obvio que también iba a llevar algo que usar.

No pasaría mas de tres días con la misma ropa como cuando me llevó a conocer la capital. Aún teniendo solo cuatro años, logré darme cuenta del poco cuidado que tenia con sus hijas, conmigo.

¡Me dejó con una prima mayor mientras él desaparecía el días completos!

Un quejido escapó de mí y me desplomé sobre la alfombra. Sentí mis ojos humedecerse y me puse de pie para poner pestillo en mi puerta, puse música en mi teléfono a alto volumen y caí, esta vez, sobre mi cama.

La almohada se humedecía bajo mi rostro y mis dedos se enredaban en las sabanas mientras las apretaba con rabia. Lloré hasta no poder más, hasta que las lágrimas se me agotaron y mis ojos comenzaron a arder. Odiaba mi vida, la odiaba mas que a cualquier cosa pero menos que a León. A él lo odiaba infinitamente.

Tomé mi teléfono y lo lacé lejos provocando que la tapa y la batería volaran en distintas direcciones, apagando la musica y dejando un silencio espectral. Miré el reloj en mi mesa de noche; era casi media noche y nadie me había dicho que no hiciera ruido con mi música.

Quizás no querían molestarme.

Estiré mi brazo a la pared junto a mi y presioné el interruptor de la luz; mañana sería mi último día de clases y no quería perdérmelo.

( . . . )

Hoy todo parecía distinto, desde el extrañamente cálido sol hasta la manera en que la señora que  siempre me regaña por no darle en asiento en el autobus me sonrío, como si todos supieran mi destino, como si se compadecieran de mi.

Pensé en eso toda la mañana, no escribí nada y, en su lugar, me dediqué a reír junto a mis amigas y amigo. Bromeamos y jugamos como cualquier día, me divertí como si el miedo a no verlos nunca más no estuviese palpitante dentro de mi.
Estaba más risueña, sonriente, disfrutando cada momento de alegría.

—Parece que la Ale se tragó un payaso —Antonella soltó aguantando las ganas de reir.

—¿Que acaso quieres que ande enojada dándole puñetazos al pobre de Valentín? —Sarah volteó donde el chico a su lado.

Él puso los ojos en blanco. —Nah, esta bien así. Mi estómago no sufre tanto.

—No sufre más,  diría yo —Antonella puso su mano sobre el hombro de Valentín —porque con todas las cosas que comes... uh, pobresillo.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora