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Una polera con letras que ni un ruso ni un chino entenderían y un tinte para el pelo. Eso fue todo lo que Valentín compró mientras dábamos vueltas por los largos pasillos del edificio. Odiaba ir al mall, pero si ayudaba a distraerme estaría dispuesta a ir una vez y otra y otra y otra y otra y otra, pero no siete veces dentro del mismo mes, eso me superaría.

Durante el viaje por los pasillos inundados de gente no mencionó ni una palabra de mi curioso silencio ni intentó sacar a flote el tema. De seguro ya lo sabe todo pero no me lo dice para evitarse "cursilerías" de niñas. Tampoco es que yo sea así, lo único que hago es decir perra cuando veo al Feño con su flameante polola.

Una vez acabada la tarde de compras, el Tintin me dejó en mi casa y se fue a la suya.

— ¿Mamá? —Dije en voz alta— ¿Tessa? ¿Anto, Kat? ¿Alguien?

Nada, no había nadie, grité un ¡bien ctm! en mi mente y me dispuse a tomar una ducha, estaba cansada, con hambre y sueño. Me metí al baño, me quité la ropa y, tras dar un pequeño escalofrío, me puse bajo la ducha poniendo algo de shampoo en mi pelo intentando no mojar el condenado yeso. Abrí la llave y di un grito que de seguro hasta los vecinos escucharon.

— ¡Ay! ¡Agua de mierda!

Mi piel dolía e hilos de frío recorrían mi espalda, brazo y piernas. Temblando, cerré la llave y envolvió uno mis brazos a mi alrededor mientras maldecía todo lo que me rodeaba y lo que no.

—Maldita agua, maldita ducha, maldito baño, maldito mall, malditas clases, maldita Amaya, maldito Feño, maldita mi casa, maldita yo, maldito yeso, maldito todo lo maldito.

Por un segundo pensé en salir y dejar la ducha para otro día pero había un problema, el shampoo de porquería ya había hecho espuma y esta corría lentamente por mi espalda. Apreté los labios y solté un dramático suspiro.

—Por el Ángel, todo es culpa de mi mamá por acabarse el agua caliente, yo le dije que sus baños de belleza eran malos pero quién me escucha a mí. Nadie, y debo ser yo quien sufra las consecuencias para variar —murmuraba entre dientes con mi mandíbula temblando mientras pasaba rápidamente mi mano por mi pelo y enjuagaba las estúpidas burbujas de shampoo de bebé.

Con los dientes castañeando y envuelta en una toalla salí del baño, entré a mi habitación y me vestí con dificultad. Un short de pijama, una camiseta manga larga y unas pantuflas con forma de perro puddle, todo esto junto a una coleta mal hecha que sujetaba mi desordenado pelo sobre mi cabeza.

Caminé a la cocina y miré el refrigerador, tenía una nota:

Hija, hay comida en el horno. Salí con tus hermanas donde una amiga, llegaremos a la once.

Pd: Se acabó el agua caliente, y el Benito te espera en el patio.

—Gracias, mami —bufé fastidiada y giré al horno, una deliciosa pierna de pollo me miraba seductoramente desde detrás de aquel vidrio— ¿Benito? Qué mier-

Miré un momento a la puerta trasera y un escalofrío recorrió mi columna completa. Di unos pasos lentos y acerqué la mano enyesada al picaporte mientras que con la otra daba una mascada al pollo. De lo salvaje que soy solo lo tomé con la mano y lo comencé a comer como cavernícola. Conté mentalmente hasta tres y abrí la puerta, no había nada.

—Benito... —llamé insegura y esperé algunos segundos —Benito —repetí y supe de qué se trataba.

Una pelusa blanca corría a mí, instintivamente retrocedí algunos pasos.

—Ou —dije enternecida hasta que vi cómo se lanzaba sobre mi calzado intentando hacer cosas inapropiadas de una presentación. De feliz pase a sorprendida, luego confundida y finalmente asustada.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora