8.

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— ¡Mamá, sálvame! —grité suplicante. Mis amigas tomaban mis brazos con firmeza para que no huyera, la última vez había llegado solo a la puerta y no logré pasar de ella. La cerraron de golpe y acabé golpeándome la frente.

Me estremecí al recordar el moretón bajo mi flequillo.

Finalmente lograron su cometido, el Valentín nos esperaba con un auto fuera de mi casa y al subir soltó una carcajada.

No pude evitar dirigir mi mirada a su cabello, ya no tenía aquellas alocadas puntas rojas, en su lugar solo el negro bañaba su cabellera haciéndolo lucir normal después de meses de tener extrañas mezclas de colores.

— ¿En qué momento te hiciste eso? —lo miré incrédula dejando más que clara mi sorpresa.

No respondió mi pregunta. —Te atraparon —fue todo lo que dijo y pisó el acelerador, su sonrisa burlona no se esfumó hasta llegar a nuestro destino.

El lugar parecía tranquilo, una suave luz iluminaba la habitación y música en bajo volumen llenaba el silencio. Pequeños grupos se formaban en las mesas dispuestas junto a las paredes y no hacían más que reír y bromear. No era para nada lo que esperaba; música salvaje a un volumen ensordecedor, luces brillantes bailando en la oscuridad y hormonas por doquier, sobre todo lo último.

Miré la hora, 9:40, por eso aún estaba tranquilo, la gente recién comenzaba a llegar y faltaba un rato para empezar la verdadera fiesta.

—Que lindo lugar, —digo en voz alta— el amigo Kevin tiene buen gusto.

La Anto me miró elevando una ceja. —Y todavía no empieza.

La Sarah y el Tintín asintieron dándole razón, y vaya que la tenía.

Veinte minutos después el lugar era una selva, y para mi mala suerte me encontraba a la mitad de ésta.

La luz había bajado aún más su intensidad dejando el lugar casi en oscuridad y luces de distintos colores aparecieron, movidas canciones se dieron a lugar y los grupos se dispersaron para reunirse en uno solo al medio de la habitación.

Miré, asustada por el repentino cambio, a mi alrededor en busca de mis amigas pero no encontré nada; sólo hombros, espaldas, brazos, cabezas, gritos y risas. ¿En qué momento había quedado sola?

Intenté abrirme paso a la pared más cercana y con algo de dificultad avancé lo más que pude entre la espesa multitud pero me era imposible, codazos, choques, etcétera; avanzaba dos pasos y de un empujón retrocedía tres.

De pronto dos manos me capturan y se mantienen firmes en mi cintura.

Por la cresta, nunca más salgo de mi casa.

Ya dominada por el pánico intenté liberarme de aquellas manos pero no pude, éstas solo hacían más fuerza para mantenerme bajo su poder. Y lo peor aún no venía.

—Pensé que no te encontraría —dice cerca de mi oído provocándome un escalofrío, uno extrañamente agradable.
— ¿Pero qué-? —fue todo lo que alcancé a responder.

Las fuertes manos ya se encontraban en acción otra vez, ésta vez, girándome y acercándome a su dueño hasta quedar frente a frente.

— ¿Feño?

Oh, mierda, era el Feño.
¡Oh, mierda, era el Feño!
¡OH, MIERDA ES EL FEÑO!

Me miró confundido algunos segundos y luego pronunció mi nombre divertido. — ¡Ale!

Mis mejillas ardían como carbones encendidos, o como el infierno mismo. Con cuidado intente separarme de él cuidando de no hacer el ridículo, pero me fue difícil.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora