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Todo el día fue lo mismo, no pasaban cinco minutos sin que me pasaran el jodido papel por la cara junto con un "¿dónde venderán estas galletas?". Era imposible salvarse, estaban regados en cada pasillo, cada salón, cada baño, en todas partes.

—No puedo creer que alguien derroche su dinero en tonterías como estas. —Me queje cerrando de golpe el casillero. —Además ni siquiera da risa. No entiendo cómo es que la gente no sólo lo ignora.

—Ya sabes cómo son las personas, —Antonella acomoda los libros que habíamos sacado sobre sus brazos. — si tienen dinero lo desperdician en la primera estupidez que cruce su mente.

—A propósito de desperdiciar dinero. —Sonreí exageradamente, como el gato de Alicia en el país de las maravillas. —En dos meses más...

La miré juguetonamente.

Antonella aplaudió emocionada. — Por fin vendrá mi Niall y admitirá su amor a mí.

—A poco te gustaría —respondí golpeando su hombro con suavidad.

—Hey, la esperanza es lo último que se pierde. Además, tenemos que juntar el dinero aún.

Asentí mientras acomodaba la pesada mochila en mi hombro. Lo que decía Antonella era cierto, ¿cómo enamoraríamos a los chicos si aún ni comprábamos las descaradamente caras entradas? Era un completo descaro. ¿Pagar para ver a tu futuro esposo? ¡Ridículo! tonto y cochino dinero que no poseo.

Pero serás mío Zayn, me verás y caerás rendido ante la diosa que soy. Después de todo, ¿quién se resiste a este cuerpazo?
¿Y dónde quedo Fernando?
¡Calla! No debe saber que lo engaño con Zayn.

Miré distraída la pantalla de mi teléfono, aún quedaban cinco minutos de recreo. Di un pequeño golpe al bolsillo externo de mi mochila y oí las monedas tintinear.

—Amiga, —comencé, sacando algo de dinero— tengo hambre. Iré a comprarme algo.

—Dale, llevo éstos a la biblioteca y te alcanzo —respondió dándole una palmada a los libros contra su pecho.

Y, tras soltar un ruido de asentimiento, di media vuelta a la escalera.

Condenada escalera.

Y me dirigí al kiosco en busca de comida.

Bienvenida a los juegos del hambre -literalmente-. Una sola mujer, contra más de treinta adolescentes estirando los brazos, desesperados, sacudiendo el dinero en el aire e intentando llamar su atención para conseguir alimento y sobrevivir hasta el siguiente recreo.

¿Cuánto vale eso?
¿Tiene vuelto?
¡Tía, aquí!
¡Yo, yo, atiéndame por favor!
¡Ya po, tía, pésqueme!
¡Llevo como media hora aquí!
¡Pero si yo llegue antes que ella!
¡No, yo no pedí eso!

Eran las frases más repetidas o las que más solía escuchar durante la espera. Yo, como era o mejor dicho soy genial, esperaba en la esquina del mesón, en silencio y con una mano colgando con el dinero apretado en mi puño mientras mugía sensualmente.

—Comida, comida, por favor.

Y como si Dios se lo hubiese ordenado, la delgada mujer volteó en mi dirección con una cálida sonrisa. Me saludó con un "hola chiquitina" y me atendió. Tenía cierta preferencia por el simple hecho de ser una de las pocas personas que decían gracias y por favor.

Feliz, tomé mi jugo en cajita y me preparé para poder beber de éste; todo estaba en orden. Las galletas de chispas permanecían seguras en el bolsillo de mi pantalón, el vuelto estaba en mi otro bolsillo y el jugo se mantenía en mis manos esperando ser abierto. Susurrando con sensualidad, ábreme, bebe de mí.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora