36.

17 3 0
                                    

—¿Aleka? ¿Qué haces aquí?

—También me alegro de no estar en un avión, mamá. Gracias por el cariño —dije sarcástica, pero al mismo tiempo a punto de reír solo por la emoción.

No lo pensó un segundo más, se lanzó en un fuerte abrazo donde mí enterrando su cara en mi cuello.

Le devolví el gesto esbozando una de las más grandes sonrisas que había hecho en mi vida, si bien aún temía que León hiciera algo no podía no sentirme alegre por estar de vuelta en mi hogar con las personas que amaba.

Pronto mi teléfono sonó en mi bolsillo y, con las manos tiritando por la emoción, contesté.

—¡¿Dios, dime que el Benja no me está webiando?! —Antonella gritó a todo pulmón dejándome casi sorda.

Como si fuera posible, la felicidad en mi aumentó. —No, estoy en casa. ¡Apenas si lo creo, no parece real!

—¡Genial! Debo volver a organizar todo, ¿estará aún disponible? ¡Oh, y las luces!

—¿De qué hablas ahora? —interrogué curiosa.

Se detuvo de golpe. —A las nueve asegúrate de estar en tu puerta, sólo eso. ¡Te quiero, amiga!

En ese momento cortó la llamada. Dejé el aparato de vuelta en mi bolsillo y di una larga mirada a mis hermanas, quienes me observaban atentas desde el sofá.

—¡Voy a desempacar! —me apresuré a decir y fui en dirección a mi habitación.

Tan rápido como terminé de guardar mis cosas donde antiguamente estaban miré el reloj sobre el escritorio.

8:30 p.m.

Me giré en dirección a mi armario y me cambié de ropa. Llevaba algo que León había comprado para el viaje y el hecho de que fuese él quien lo haya comprado hacía que fuese totalmente incómodo usarlo.

Dejé el atuendo sobre la silla del escritorio y, aún en ropa interior, comencé a buscar otra cosa que ponerme.

Unos viejos jeans ya descoloridos, una polera sencilla blanca y mi chaqueta azul preferida, la misma que había usado para la fiesta pre-ataque-alérgico. Me puse unas zapatillas grises y cepillé mi cabello.

—¡Ale, tu ex te busca! —Kat gritó en la escalera. Para ser tan pequeña podía ser bastante hiriente.

Inconscientemente di con mi palma contra mi rostro y tomé mi teléfono para luego bajar hasta el primer piso.

—Kat, si no sabes no hables —dije con rapidez a la pequeña y saludé con una sonrisa a Valentín.

—¡Ale, Antonella ya me avisó! —mamá gritó desde la cocina. —¡Tu mochila está en el sofá!

Confundida miré en dirección al sofá. Mi mochila descansaba sobre los cojines completamente llena de quien sabe qué.

—¿Qué hace ahí? —balbuceé mirando extrañada a Valentín, él solo se encogió de hombros.

Levanté la mochila y caminé hasta la puerta. —Vamos.

Él asintió una vez y dio media vuelta, mirando luego en mi dirección para comprobar que lo siguiera.

Quizás suene raro, pero siempre me gustó ese gesto, como si quisiera asegurarse de que yo estuviese junto a él.

—¿Cómo es que tu papá continúa prestándote el auto? —digo riendo al acomodarme en el asiento. —A mí no me dejarían usar ni una bicicleta, de hecho no lo hacen.

—¿No te dej...? ¿Por eso siempre llegas caminando a casi todas partes? Pero si una vez salimos en bicicleta con Antonella.

—Esa me la presto ella. La última que tuve la perdí a los tres meses, caminar es mi única opción si es que quiero salir, no tengo ni para el micro.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora