IV Parte.

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IV parte
Primavera con flores marchitas.

Era extraño, el invierno estaba a días de acabar y el frío parecía no querer abandonar la cuidad.

Este siempre fue un lugar frío y lluvioso, pero de todas maneras a estas alturas debería haber habido por lo menos un día con sol.

La lluvia chocaba contra el techo, frías brisas lograban colarse entre las ventanas y sentía mis dientes castañear, aunque no era exactamente por el frío.

Estaba nerviosa. Tenía miedo.

Pronto vendrían las fiestas patrias del país y no podía dejar que la llegada de papá me las arruinaran, pero no podía evitar sentirme decaída. Esta podría ser la última vez que celebrara con mis seres queridos.

La lluvia descendió su fuerza, ya no era más que una ligera llovizna que pronto desaparecería, pero eso no era obstáculo para mamá, porque, cuando una mamá quiere hacer una comida ella no se detiene ni por un tornado.

—¡Tessa, pela los tomates! ¡Marie y Kat, pongan la mesa! ¡Ale, las papas! —dirigía como si de una orquesta se tratase, y aquí nadie se salvaba —¡Benjita y Nathan, que no se les queme la carne!

—Isabelle, tienes el toque —. Romina, nuestra vecina, sonrió desde su lugar junto a mamá.

—Se desarrolla con el tiempo. Imagina criar cuatro niñas, hay que saber tener voz de mando.

Puse los ojos en blanco desde mi lugar.

Un buen rato más tarde, estaba todo listo, desde las ensaladas hasta la carne. La gente comenzó a llegar, entre ella familiares y amigos. Principalmente mis abuelos y tíos, las chicas llegarían más tarde para que saliéramos.

Risas se escuchaban por doquier, bromas, historias y copuchas, destacando la noticia de la llegada de papá, omitiendo la parte de mi pronta ida. Así, entre la comida, la música, las bromas y las conversaciones, la tarde paso volando. Acabando en una salida noctura con mis amigas.

A las fondas se ha dicho.

Más música, más comida y gente divirtiéndose por donde se mirase. Nunca antes había asistido sin mamá, por lo que me sentía completamente diferente. Independiente, pero a la vez con la necesidad de verla para saber que todo esta bien.

Soy una mamona de primera.
¿Y quién dijo que eso es malo? Es bacan.
Ah. Casi.

Entramos al primer local y pedimos algo de beber con toda la naturalidad del mundo, esperando que no nos pidieran verificar la mayoría de edad. De alguna manera resultamos convincentes y comenzamos a hablar sobre como nos habíamos salido con la nuestra y cualquier otra cosa que pasara por nuestras mentes.

Cantantes, rumores, anécdotas, lo que fuese.

Sin que nos diéramos cuenta ya estábamos casi del otro lado, digamos semi borrachas. Paseando de local en local, sacando a bailar cueca a cualquier extraño, a pesar de que ninguna sabia exactamente como hacerlo, gritando incoherencias y riendo de cada cosa que pasara frente a nosotras.

—¡Oye, oye, oye, oye! —Antonella tiro del brazo de Sarah y del mío.

—¿Qué? —respondimos al unísono, riendo después por ello.

Nos observo con una mueca algunos segundos y, antes de que pudiéramos preguntar de nuevo, soltó un erupto a todo volumen.

—Me quería tirar un chancho —rió. —Oh, suena raro. Chancho, chan-cho, ¡chancho! ¡oing!

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora