12.

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— ¡No quiero el asensador!
— Por Dios, Kat, me duele la espalda.

Me queje por enésima vez, pero no había caso. Si mamá estaba en el séptimo piso, al séptimo piso iría con Kat en mi espalda utilizándome como caballo... yegua mejor dicho. Ni siquiera aceptó ir en ascensor, el asensador la asustaba.

Falta poco, falta poco. Repetí en mi mente al ver el letrero que indicaba el sexto piso.

Esto no es del todo malo, ayudara a mis piernas. Las tendré hermosas y firmes como una modelo, si, eso, ¡siente el dolor, ama el...!

— ¡Calambre! ¡Calambre! —chillé haciendo una mueca como la de "el grito" de Van Gogh mientras, desesperada, buscaba la barandilla para sujetarme y no caer.

Kat se tambaleo en mi espalda y enterró sus pequeñas garritas en mi mejilla y mi hombro. Intenté recuperar el equilibrio y, acto seguido, continué el trayecto con los últimos peldaños que quedaban.

El gran número 7 me miraba sonriente a cuatro peldaños de donde me encontraba. Una ola de alivio recorrió mi espalda y juro haber escuchado un coro de ángeles cantar Aleluya mientras una luz me iluminaba.

Con una exagerada sonrisa llegue a la puerta que daba al pasillo general del piso y, estirando mi espalda, baje a Kat de mí. Eleve ambas manos en el aire victoriosa y apretando los ojos exclame:

— ¡Alabado sea el Señor! Por fin acabe las malditas escaleras. ¡Ahí tienen escaleras! Nadie puede con Aleka Broccia, nadie jamás podrá con Aleka Broccia. ¡Oh si! ¡Oh si! ¡Oh si!

Comencé a hacer mi baile de la victoria apasionadamente hasta que me percaté de algo:

Estoy en medio de un -muy- lleno pasillo.

Mierda.

Rápidamente me puse de pie —porque me encontraba haciendo el paso del pez— y sacudí mis pantalones. Tomé de la mano a Kat y avance, con seriedad, hasta la sección de las oficinas. Allí se encontraba mamá.

—Hola, má —saludé mientras colocaba a Kat a mi lado.

—Hola, ten —extendió dos papeles en mi dirección, eran entradas. —Con éstas podrán entrar.

Asentí lentamente y las dejé dentro de mi bolso. Volví mi mirada a mamá.

— ¿Dónde es? —Me miró pensativamente algunos segundos.
—En el centro comercial, tercer piso. —Un escalofrío recorrió mi columna al recordar a Kat en mi espalda y los siete pisos de hace unos minutos.
—Ok, nos vamos. Adiós.
—Adiós. Oh, ¡cuando llegues a casa quizás encuentres...!

No supe que más dijo. Sin poner atención a lo último giré y, tomando la mano de Kat, me dirigí al ascensor. No me haría la misma dos veces.

Y, comparado con el minuto de chillidos de mi pequeña hermana en el ascensor, el camino centro comercial fue más corto que el mechón que Kat me corto.

Nota mental: ir a la peluquería.

Como toda persona normal y floja, ambas subimos a la escalera eléctrica en dirección al tercer piso. Al principio fue bastante tranquilo pero, cuando ya llegamos al tercer piso, mi mandíbula cayó ligeramente mientras una ceja mía comenzaba a elevarse confundida y sorprendida al mismo tiempo.

Decenas de niñitas con faldas de tutu y coronas de cartulina dorada corrían de un lado a otro, risas chillonas y gritos hacían eco por todo el lugar, y la decoración no hacía más que marearme.

Bienvenidas todas las princesas —murmuré leyendo el gran cartel rosa extendido a lo largo del techo.

Kat soltó mi mano emitiendo un chillido como de cerdo y corrió entre unos puestos donde regalaban las famosas falditas de ballet. No reaccioné a nada, aún me mantenía anonadada por la cantidad de cosas rosa y violeta en cada pared, persona o cosa.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora