13.

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Toda la tarde de ese día la pase encerrada en mi habitación hasta que llegó mamá, no saldría de nuevo, no con esos demonios merodeando y ni la compañía de mis hermanas bastaba para sentirme algo segura, necesitaba de algún adulto que estuviera de testigo en caso de que sufriera un ataque.

Recordaba perfectamente cada broma que me habían jugado en mi niñez; desde el globo lleno de aserrín que reventaron sobre mí, hasta la guirnalda de navidad hecha de las cabezas de mis muñecas.

Todo eso sin contar su despedida antes de dejar el país.

''Adiós, Ale. Te queremos —dijo el rubio sonriendo angelicalmente.
—Lo sentimos si te hicimos pasar un mal rato, solo queríamos divertirnos —continuó el moreno.
—¿Nos perdonas?
—Claro... —que no, dije para mí misma.
—Ojalá pudiéramos quedarnos, o llevarte con nosotros a Australia.
Que triste que no se pueda —suspire con obvio sarcasmo.
—Pero te hicimos un regalo, así jamás nos olvidarás.

El rubio extendió una caja a mí, caja que no abrí hasta estar segura de que no tuviera un animal. Pero lo hubiera preferido mil veces; en su lugar una bomba de tinta naranja explotó tiñendo toda mi cara.

Dos risas resonaron junto al motor de un auto seguidas de las voces de dos chicos gritando.

— ¡Ale, te queremos!

Los miré con la cara enfurecida y naranja, y de ese color se mantuvo por una semana en la que no me dejaron faltar a clases, luego me tuve que cambiar de escuela, la vergüenza fue demasiada, junto con las bromas pesadas."

El día en que Nathan y Benjamín volvieron a su país fue el día más feliz de mi vida, me sentí tranquila, calmada, anaranjada y enojada... Pero en el fondo estaba feliz por su partida, y así era hasta ayer cuando vi esa condenada cabeza sonriéndome.

Mamá solo río, Tessa y Marie la imitaron y Kat prefirió no verla. Claro, ellas no sufrían con la llegada de los chicos.

Ahora me encontraba en clases, algunos mostraban sus ejercicios ya resueltos en espera de algún punto extra para el examen de este mes y otros se dedicaban a guardar sus cosas, solo quedaban diez minutos para salir de clases.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Llegar a casa es lo que menos deseo en este momento.

Y entonces una idea genial cruzó mi mente: peluquería.

Debía ir y la trenza a mi derecha no ocultaría el mechón cortado por siempre.

—Amiga Anto. —La miré pestañeando rápidamente pero fracasando en el intento. — ¿Me acompañas a un lugar ahora?

— ¿A la peluquería? —Soltó con naturalidad —Claro, ese mechón ya se está viendo extraño.

La miré perpleja algunos segundos hasta que reaccioné y vi mi reflejo en la pantalla de mi teléfono.

Que patética me siento.

Un mechón salía de la trenza apuntando hacia el techo como si fuera un dedo. Antonella tenía razón, se veía raro.

—Gracias — fue todo lo que dije, seguida del escandaloso timbre que anunciaba la salida.

Luego de eso y tras un largo viaje en autobús hasta el centro de la ciudad por fin llegamos a la peluquería, yo nunca iba a éstas pues mamá cortaba mi cabello pero bueno, como dice mi tía Alberta: una vez al año no hace daño.

Antonella me miró con una brillante sonrisa en su rostro, aquí era donde ella cortaba su cabello.

El lugar no era muy grande ni llamativo, algunos asientos, revistas, grandes espejos y póster de peinados en las paredes. Una chica de cabello azul brillante nos recibió.

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora