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Todo era un caos, los chicos se reunían al final del pasillo y las niñas junto a la puerta se dedicaban a soltar chillidos y gritos histéricos. Yo por mi lado solo miraba atenta desde mi lugar formando casi una "o" con mi boca, Antonella me gritaba para que me moviera y ella pudiera huir, pero yo estaba congelada.

— ¡Ale, mueve tu humanidad! —exclama Antonella casi llorando.

Yo no me muevo, en su lugar solo logro tartamudear incoherencias. —Es-es-esun un-es-es es al-alas-al ra-rata.

— ¡Que si te mata no me importa! —chilla y pasa sobre mí. -¡Valentín, por Jesucristo, mata al murciélago!

De un zape, Nathan me saca de mi trance tomándome del brazo y alejándome de ahí.

— ¿Aleka, qué mierda te pasa? —Me dice casi riendo. — ¿Les tienes miedo?

Doy una rápida mirada a Nath, luego al murciélago arrinconado en el techo y de vuelta al enfermito de mi vecino. Si descubre la fobia que les tengo a estas ratas voladoras de seguro llena mi habitación de ellas.

Niego de manera brusca y éste me sonríe victorioso. Dios me ampare.

De pronto los chillidos desaparecen, siendo reemplazados por un aterrador silencio.

Confundida doy una mirada a los demás pasajeros y no puedo evitar recordar una película de terror al ver a todas las niñas acurrucadas en estado de shock siguiendo con la mirada al profesor con el murciélago entre unas largas pinzas.

¿De dónde mierda las sacó?
¡Eso qué importa, atrapó la rata!

Diez minutos más tarde todo ya ha vuelto a la normalidad, más o menos.

Todos permanecen en sus asientos, algunas chicas susurrando cosas, otros chicos riendo a todo dar por la reacción de alguna pobre niña.

Mi caso era el segundo.

— ¡Ale, un murciélago! -dice Nath y comienza a reír seguido de Benjamín.

Le lanzo una mirada asesina. —No da risa.

—Claro que si —suelta Valentín. Volteo en su dirección. Abre ojos de plato y sonríe inocentemente.

—Cierra el pico, Tintín —gruño molesta.

—Es solo una broma, no te enojes —estira su brazo en mi dirección y aprieta mi mejilla.

Entonces, cambio el tema mágicamente. —A todo esto, ¿dónde carajillos vamos?

—Caminata al cerro —responde Nath — ¿Y sabes que hay ahí en las noches?

—No juegues —solté fastidiada.

Ríe y exclama elevando ambos brazos. — ¡Murciélagos!

— ¡Por la mierda! —chillé.

—Señorita Broccia, si no quiere devolverse al liceo, cuide su lenguaje.

El profesor me miro severamente, Grace rió en mute.

Maldita.

Miré distraídamente por la ventana y de la nada el chofer frenó, volteé al pasillo y pude ver como Grace pasaba su mano por su frente.

¡Se dio un cabezazo! ¡Ahí tienes! Nadie se ríe de Aleka Broccia, ¡nadie!

— ¿Ale? —Salí de mis pensamientos, Fernando me miraba desde la puerta, no había nadie más. — ¿Vas a bajar, o no?

Asentí despacio y me dispuse a bajar.

La subida. Los peores treinta minutos de mi vida.

¿Será por el casi infarto que me dio? En sentido figurado, claro. ¿La falta de aire por el esfuerzo? ¿Mi mal estado físico? ¿O el hecho de que Benjamín golpeaba al que se le topase con una varilla gritándole como si estuviera arriando vacas?

estúpida, pero con estilo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora