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Los días se pasaron más rápido de lo que a Carolina le hubiera gustado, pronto se encontraban preparándose para presenciar el primer partido de Argentina que jugaba con Arabia Saudita

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Los días se pasaron más rápido de lo que a Carolina le hubiera gustado, pronto se encontraban preparándose para presenciar el primer partido de Argentina que jugaba con Arabia Saudita.

―¡Vamos, vamos, Argentina!

Gabriel estaba despierto desde las ocho de la mañana dando vueltas por todo el hotel.

―Córtala, tarado ―Agustina le tiró con un almohadón. ―cuando salgas otra vez de la habitación, cierro la puerta con llave.

―Sí, Gabriel, déjate de joder que queremos dormir.

―Ustedes no entienden nada, es parte de mi plan que...

Agustina se cubrió la cara con las sabanas, Carolina bufó antes de interrumpirlo.

―Hace tres días venís diciendo tu plan y ya lo sabemos de memoria. ¿Vos te pensas que los jugadores van a bajar a nuestro piso porque escuchan a un flaco cantar como desquiciado? ¿Qué te pensas que van a hacer? ¿Venir a buscarte y llevarte a los vestuarios para que le cantes mientras se preparan?

Gabriel se sacó su gorro y su sonrisa desapareció.

―Fua, sos re mala onda, Caro. Eso que sos mi hermana favorita.

―¡Ey!

Agustina le gritó al oír aquello, sabía que no era precisamente la favorita pero igualmente se iba a quejar.

―Realista soy, que es muy distinto.

Gabriel se sentó a los pies de la cama de Carolina, que lamentablemente ya se había despertado e iba a ser difícil volver a dormir.

―Pero decime, si vos tuvieras la oportunidad ¿no te gustaría que un jugador de la scaloneta supiera de tu existencia?

Carolina se mostró seria aunque por dentro estaba recordando todo lo vivido el año pasado.

―No.

―¿Cómo qué no? ―gritó Gabriel asustándola. ―no me digas eso, Carolina, por favor. Si tenemos la chance de que seas botinera ¡Por favor! No la desperdicies o te juro que me lastimo.

―Yo quiero de lo que vos fumas, Gavo, ¿de verdad crees que uno de la selección puede llegar a darle bola a Caro, o cualquiera cercano de la familia?

Carolina la miró ofendida, ¿su hermana acababa de decirle fea o estaba flashando?

―Vos qué sabes, pelo duro ―soltó Carolina.

―¡Sabía! ¡A vos te siguen Paredes y Martínez! ―Gabriel gritó otra vez y su sonrisa decayó, otra vez. ―Ay, pero Carolina, ¿vos no estás de botinera infiel o no? Porque Paredes está casado y con hijos, Dios mío.

―¡Que pavadas que hablas, Gabriel! Ahora te voy a bloquear, por andar de chusma.

Y con Gabriel atrás suyo persiguiéndola, Carolina se encerró en el baño para evadir esa conversación y de paso darse una ducha.

―¡Carolina soy tu hermano mayor!

(...)

Los Sosa estaban más que listos, camino a la cancha con una gran multitud de personas.

Valentín y Román iban en hombros de su padre y tío, ambos con las camisetas color violeta que tenían sus nombres en la parte trasera. Romina y Carolina iban detrás de ellos charlando, mientras la menor trataba de convencer a su cuñada de pintarle las mejillas con los colores de la bandera de su país.

―Dale, Ro, no seas amargada. Es un poquito de pintura, después sale con agua.

―Pero por qué no me dijiste antes, boba. Acá estamos en el medio de toda la gente, con uno que te golpeé el brazo y me dejas hecha un mamarracho.

―Tengo el pulso mejor que el de un cirujano, dale.

Romina rodó los ojos y asintió, acomodando su rostro para que Carolina la pinte.

Carolina sonrío y festejó mientras buscaba sus pinturas en su mochilita, donde además cargaba una botella de agua y un cargador portátil ya que siempre andaba con el celular al borde de apagarse.

―¡Pa, mira mamá! ―Valentín gritó señalando a su madre y Fabián volteó a verla.

―Hermosa, como siempre.

Romina sonrío, Fabián la besó en la mejilla que no tenía pintada y continuaron caminando, cada vez estaban más cerca de entrar al estadio y la alegría y emoción eran palpables.

Carolina jugaba con los anillos de su mano y daba saltitos de la emoción, de vez en cuando se unía a algún que otro cántico y se abrazaba a la primer persona que pasaba a su lado. Ahí eran todos amigos, todos se abrazaban y cantaban pegados el uno al otro.

Casi una hora después, con las emociones a flor de piel, la familia encontró sus asientos, tenían la vista perfecta justo en las vallas y a unos metros de donde se encontraban los bancos con jugadores suplentes.

De un momento a otro los jugadores entraron a la cancha, yendo a sus respectivos lugares para comenzar a cantar el himno de su país. Los argentinos cantaron con pasión y a los gritos, con una mano en el corazón y la frente en alto.

Carolina tenía a Román agarrado por detrás, lo sostenía de los hombros al no estar mirándolo, con el terror de que fuera a perderse entre tanta gente. Pero el nene estaba muy concentrado cantando a los gritos por más que aún no supiera la letra completa y se confundiera en algunas partes.

―¡Muy bien, Romi! ―Carolina lo felicitó con un beso en la mejilla.

―¿Y yo, tía Caro? ¿Me escuchaste cantar el himno? Lo estuve practicando en mi casa.

Carolina río y asintió mientras besaba la mejilla de su otro sobrino.

―¡Messi! ¡Messi! ―gritó Gabriel emocionado cuando vio al jugador.

―¡No veo! ¡No veo!

Los más chiquitos empezaron a gritar, y otra vez se encontraban en los hombros de su padre y tío. No hacía falta decir que se unieron a los gritos de toda la tribuna, y el partido comenzó de una vez por todas.

Carolina les tenía fe, siempre tuvo fe en ellos. Y si alguna vez se sintió decepcionada del desempeño de la selección en algún partido, nunca lo dijo, prefería cortarse la lengua antes de hablar mal de los jugadores.

Uno nunca sabe cuánto esos comentarios de mierda pueden afectar a una persona, o en este caso, si los jugadores llegan a verlos aunque era obvio que no eran ciegos y veían todo. Así que Carolina prefería no hablar mal, una que otra puteada se le escapaba durante el juego, pero bueno a quién no le pasaba eso.

Y sin darse cuenta, sumergida en sus pensamientos, sus ojos terminaron posándose en él. En el número trece.

Se encontraba tan lejos pero a la vez tan cerca, Cristian estaba a tan solo unos metros corriendo tras la pelota con sus compañeros. Y el corazón de Carolina dio un vuelco, como la primera vez que lo vio y él le pidió su número.

Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. No quería saber más nada de él, pero estaban en el mismo lugar, en el mismo país y en el mismo hotel, iba a ser imposible que dejara de pensar en él ahora.

Lo había superado, al menos eso se hacía creer a ella misma, pero el destino le aguardaba otra cosa para esa noche.

KARMA ✶ cuti romero CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora