4. Visitas

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Capítulo 4. 

Visitas

GAVI


Le dejo en su piso y rápidamente me alejo de ahí. Aunque Ara vive en una zona bastante alejada del centro sigue sin apetecerme mucho encontrarme con algún fan. Bastante que ya vamos a salir en las noticias por el incidente del coche como para que encima aparezcan en internet unas fotos mías en las que salgo con mala cara. Esto de entrenar tanto, y la presión que siento se me están haciendo un poco bola.

Ara me ha caído bien, es una chica apañada. Esta aún un poco perdida en Barcelona y definitivamente esta perdidísima en el mundo de la fama. Supongo que algo conocerá de fútbol y comunicación si la han cogido en el Barça, pero en tema famosos está más verde que una manzana.

Ósea, ¿Cómo no sabes que tienes que llevar tu identificación en todo momento?

Salgo de la zona residencial y me marcho hacia mi casa, que queda en un área entre medias de la playa y algo más de campo. Hoy vienen mis amigos desde Sevilla y debería adecentar mi chalet un poco. Me conocen desde hace mucho tiempo, pero eso no quita que quiera que se encuentren la cocina llena de platos sucios y mi habitación llena de ropa.

Preferiría de hecho, que no tuvieran que ver eso.

Y debería comer algo también, al final con llevar a Ara a casa se me ha hecho más tarde de lo planeado, pero tengo que seguir a rajatabla los menús del nutricionista, sino tendré otro problema a parte de la falta de sueño.

Me cocino rápidamente un plato de pasta con verduras y los últimos filetes que tengo en la nevera. Cuando lleguen mis amigos les llevaré a hacer la compra, así me ayudan. Viaje al Mercadona, diversión asegurada.

En el momento en el que por fin estoy poniendo el culo en el sofá del salón oigo mi móvil vibrar dentro de mi bolsillo. Estoy demasiado cansado como para poder responder, y la comodidad del mueble está haciendo que me entren muchísimas ganas de echarme una siesta.

Pero hago el esfuerzo de mirar el identificador de la llamada. Es mi madre. Por suerte para los dos no está pidiéndome una video llamada, porque no creo que sea bueno para ninguno de los dos que vea las marcas negras debajo de mis ojos.

—¿Cómo estas bichito?—dice con voz alegre. Parte del trato por el que mis padres accedieron a dejarme vivir solo en Barcelona es si les llamaba diariamente, aunque ya no lo sigo de forma estricta ha costado que ganen confianza en mí como para dejarme hacerlo. A fin de cuentas, solo tengo 18 años, soy un bebé aún.

—Súper cansado, iba a echarme un rato a descansar antes de recoger la casa e ir a la estación a recoger a los chicos.—la respondo estirando las piernas sobre la mesita del salón. Lo decoramos entre mi madre, mi hermana Aurora y yo, y la verdad es que no tengo nada en contra del maravilloso gusto con el que han colocado y ordenado las cosas. Lo hacen parecer una casa de verdad.

—Está bien, te dejo entonces descansar. Intenta echarte una siesta, seguro no te viene mal para los entrenamientos de esta semana. Te veremos en el partido del jueves.—se despide con un par de palabras más y cuelga la llamada. En realidad, podría hacerla caso e intentar echarme una siesta corta. No sé cuánto voy a dormir esta noche, probablemente poco si voy a tener a los chicos revoloteando a mi alrededor, así que todo lo que pueda dormir ahora son horas de sueño ganado.

Para cuando vuelvo a abrir los ojos la luz es más anaranjada y deben ser por lo menos las ocho de la tarde. Mi pequeña siesta se ha convertido en una muy buena siesta. Es de hecho, la hora de ir a recoger a mis amigos de la estación.

Cojo las llaves y me aliso el pelo con las manos antes de dirigirme a la estación. Es lunes, así que no debería haber mucho tráfico en Barcelona Sans, así que con un poco de suerte no me encuentro a mucha gente. Me encanta conocer a los fans, desde los más chicos hasta los más mayores, pero la prensa últimamente me tiene agobiado. Están en todas partes y no me apetece tener que lidiar con ellos mientras me estoy rencontrando con mi gente que hace meses no veo.

Alex, Mario y Javi son mis amigos desde que éramos chicos y nada ha cambiado ni con el fútbol ni con el mudarme a Barcelona. Eso es lo que más aprecio de su amistad, que es de verdad y que a pesar de todo sé que van a estar para mí. De la misma forma que yo voy a estar para ellos.

Espero tranquilamente en el vestíbulo de la estación a que los tres locos aparezcan con sus maletas. Llevo la capucha puesta, pero más allá de eso no estoy haciendo un gran esfuerzo por camuflarme con el resto de personas, como había predicho al ser lunes simplemente hay poca gente.

—Perdona, ¿se puede hacer una foto contigo?— me pregunta una madre que lleva de la mano a un niño de unos siete años con una camiseta del Barça.

—Claro que si.—le respondo con una sonrisa. El niño se sienta a mi lado y le choco el puño mientras su madre hace la foto. —¿Cómo te llamas?— le pregunto al niño que esta radiante de felicidad.

Esto es de las mejores cosas de ser futbolista, alegrarle el día a la gente que te apoya.

—Jorge.—me responde con una risita alegre.

—Pues encantado de conocerte Jorge.—le digo mientras vuelve al calor de su madre que le enseña las fotos en el móvil.

—Muchas gracias.—dicen los dos despidiéndose de mí.

—Aquí esta nuestra súper estrella.—la voz de Javi me llega desde de detrás, me he debido de equivocar de puerta de espera otra vez, siempre me pasa lo mismo y al final me encuentran antes ellos a mí que yo a ellos.

Les doy un abrazo a los tres y me doy cuenta de lo feliz que me hace tenerles cerca. Vivir solo y lejos de casa a veces se me hace un poco cuesta arriba, por mucho que esté viviendo mi sueño.

—Tenía ganas de veros.—les digo mientras les guío hacia mi coche.—Primera parada, el Mercadona porque en mi nevera solo queda un tupper de lentejas que entiendo no os queréis comer.—les digo mientras dejan sus cosas en el maletero y nos acomodamos en mi coche.

—Antes que eso nos tienes que explicar lo de esta mañana.—Mario me está mirando con una característica curiosa mientras lo dice.—No te hagas el tonto, hemos visto las fotos en el tren. ¿Quién es esa rubia?

Joder, sí que es rápida la prensa. Literalmente no han tardado ni doce horas. 

Los chicos me miran expectantes, listos para escuchar la anécdota salir de mi boca. Al menos sé que ellos van a creer lo que diga, no como los estúpidos periodistas.

—Ara.—respondo, y no puedo continuar porque los tres están celebrando como si acabara de marcar un gol por toda la escuadra. En fin, hombres.

By chance | GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora