Capítulo 18

256 33 0
                                    

El lago Mead se extendía ante ellas, kilómetros y kilómetros de un hermoso y profundo azul que destellaba bajo la brillante luz del sol. Barcos y kayaks desperdigados por el lago mientras bañistas poblaban la rocosa orilla. A lo lejos, el enorme muro de la Presa Hoover contenía litros y litros de agua y unas escarpadas formaciones rocosas en suaves tonos terracota, amarillo y morado rodeaban el lago, como si la Madre Naturaleza hubiera pintado su propia barrera natural para protegerse del mundo.

-Es precioso -dijo Lia conteniendo el aliento-. Absolutamente increíble. Cuando elegí este lugar del folleto no tenía ni idea de que sería tan maravilloso verlo en persona.

-Hacía siglos que no venía aquí. Mis padres solían traernos cuando éramos pequeños, casi todos los fines de semana en verano. Había olvidado toda esta hermosura.

Pero no estaba refiriéndose al lago, sino a Lia... Aunque ella eso no lo sabía.

El brillo del sol iluminaba su cabello proyectando reflejos dorados sobre sus mechones marrones, como si los rayos del sol estuvieran besándola.

Lia esbozaba una suave sonrisa, como si la felicidad la hubiera invadido y hubiera decidido quedarse dentro de ella.

Llevaba una falda con estampado floral y una sencilla camiseta, un conjunto muy veraniego que le quitaba años y que hacía que Yeji, con su traje de chaqueta, se sintiera mucho mayor. Lia rezumaba alegría y felicidad. Todo lo contrario a Yeji. Y eso la intrigaba, la desconcertaba.

-Vamos -dijo Lia extendiendo la mano-. Vamos al agua.

Yeji la miró.

-No estoy vestida para esto.

Lia le sonrió.

-Pues entonces, arréglalo -se quitó sus zapatos y sus pies descalzos se hundieron en la arena entre las grandes piedras que salpicaban la orilla haciendo que sólo sus uñas pintadas en rojo destacaran. Esperó a que Yeji hiciera lo mismo y se rió cuando esta vaciló-. Sí, Yeji, quítate los zapatos, remángate ese traje caro y vamos a pasear juntas al agua. Te prometo que no te derretirás. Puede que te mojes, pero sobrevivirás.

Yeji pensó en discutir, en decirle que podía perfectamente hablarle del campamento y de sus ideas para el programa informático sin tener que descalzarse, pero entonces algo despertó dentro de ella, la misma sensación que la había invadido
en el bar del hotel aquella noche y que le hizo abrirse ante una completa desconocida y contagiarse de la alegre actitud de Lia.

Lia seguía allí, esperando y sonriéndole. Y así fue como Hwang Yeji, la millonaria presidente de una de las mayores compañías de software del país, se agachó, se desató los cordones de sus zapatos de Ferragamo, se los quitó, se remangó el traje
sastre y fue hacia el agua con Lia.

Bajo sus pies, la suave y húmeda arena estaba fría. Una ligera brisa le rozó la cara y bailó sobre sus piernas desnudas mientras el sol calentaba su rostro y su espalda. Había olvidado lo agradable que era estar al aire libre.

Agarró la mano de Lia y el contacto resultó tan natural como si ella siempre hubiera estado a su lado. Quería más, quería abrazarla contra su pecho, quería besarla, pero por el momento se limitó a darle la mano y a disfrutar del lugar. Y de Lia.

-Dime qué haría que una niña quisiera aprender cosas sobre un lugar como éste. Una niña parecida a ti cuando eras pequeña -le dijo Lia.

Yeji rió.

-¿Quieres decir que qué les haría dejar de lado sus
libros de lectura, o en mi caso, sus hojas de cálculo y sus reuniones, y tomarse algo de tiempo para juguetear y ensuciarse, por decirlo de alguna manera?

-Sí.

-No estoy segura de saberlo -miró la azul extensión de agua buscando una respuesta en las vastas profundidades del Lago Mead-. A veces, cuando pasas un día tras otro detrás de los muros de cristal de un despacho, olvidas cómo es el mundo real. Cómo es que el sol te dé en la cara, sentir la arena y las piedras bajo tus pies. Cómo es... ser
y vivir.

-Pero eres rica. Segura que puedes irte de vacaciones a lugares exóticos, en lujosos hoteles. Lugares con largas playas y con mucha más arena que aquí.

-El dinero no siempre equivale a la libertad.

Lia la observó esperando a que Yeji se explicara más, pero no lo hizo.

Por el contrario, le soltó la mano y recogió un puñado de los cientos de piedrecillas que plagaban la playa del lago. Después, se giró hacia Lia.

-¿Ves esas rocas que salen del agua? -señaló una larga y multicolor hilera de rocas que parecían dedos.

Ella asintió.

-Datan del Paleozoico y del Mesozoico. Han cambiado y se han movido a lo largo de los años por el movimiento de las placas tectónicas, que es lo que provoca esas rayas en ellas. Eso significa que incluso esta piedra -se refería a la que tenía en la mano-, también podría remontarse a la época de los  dinosaurios.

Lia se agachó y recogió otra.

-Qué interesante.

-Miro esas rocas y pienso en todo el tiempo que han estado ahí, en el mismo lugar. Cuando era pequeña leía libros sobre piedras y así es como supe lo de éstas. Aparecían en un libro que me regalaron por mi octavo cumpleaños, incluso tenía una colección de piedras. Mi padre solía viajar mucho por su trabajo y me traía piedras de todos los lugares donde estaba.

-¿Por qué piedras?

Yeji pensó la respuesta.

-Son constantes. No cambian, no a menos que una fuerza masiva de la naturaleza impacte contra ellas.

-¿Como tú?

-¿Yo? -Yeji rió-. Yo no soy tan mala.

Mientras caminaban por la orilla, Lia se acercó al agua y sus pies danzaron contra ella.

-No te conozco muy bien, pero creo que no hace falta ser un lumbreras para ver que en la vida real nunca estás relajada.

Yeji estuvo a punto de hablar de las maravillas de las formaciones geológicas, de la increíble obra de la Madre Naturaleza, cuando el comentario de Lia fue toda una sorpresa en la conversación.

-¿En mi vida real?

Lia se detuvo y la miró.

-No cuento aquella noche como parte de nuestra vida real. ¿Y tú?

La mirada de Lia contenía muchas preguntas, preguntas que ni siquiera Yeji  se había respondido a sí misma. Una parte de Yeji deseaba acariciarla, llevarla hasta sus brazos y dejar de hablar de rocas y piedras y de quién era cada uno en realidad. Pero no lo hizo.

-Cuando eres la jefa, recae mucha presión sobre tus hombros. Si no parezco relajada, es porque no lo estoy.

-Pero aquella noche lo estabas.

-Era un estado temporal, como una gripe que te dura veinticuatro horas -dijo intentando hacer un chiste-. Ahora, volvamos al tema del programa. Creo que algo como estas rocas interesaría mucho a los niños. Son como... rocas de los dinosaurios
-tiró al suelo la que había tenido en la mano-. Cuando yo era pequeña, leía todos los libros de geología que podía y después mi padre me trajo esa colección y entonces vi que todo lo que había visto en el libro era real. Quería salir y encontrar más. Eso es lo que quiero que les pase a estos niños. Usarán el software y eso les despertará el apetito de...

Embarazo en las Vegas (YEJISU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora