1. El primer encuentro

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Me encontraba en la biblioteca de la universidad, acompañado de Abraham, un compañero de clases y amigo mío. Él no podía concentrarse en el trabajo que realizábamos. Al principio intenté no prestarle atención y traté de continuar con lo mío, pero al final la curiosidad ganó.

—¿Qué ocurre? —pregunté—. ¿Hay algo que te molesta?

—Sí —respondió él—. Tengo un problema.

—¿Qué problema? —insistí.

—Tú —respondió Abraham—. Tú eres mi problema.

—¿Yo? —exclamé—. ¿De qué hablas?

—¿Cómo es posible que Ariana y tú solo sean amigos? —preguntó él—. No te entiendo. Ella es muy inteligente, y a ti te gustan las mujeres inteligentes, ¿no? Ariana lo es. ¿Por qué solamente quieres ser su amigo?

—Lo siento —contesté—, pero así son las cosas.

—Respóndeme algo —dijo él. Se inclinó sobre la mesa para acortar la distancia entre nosotros, y preguntó en voz baja—: ¿Alguna vez te has enamorado de alguien?

Pensé por un instante, y luego respondí:

—No. Nunca.

—¿En serio? —exclamó Abraham, para luego enderezarse—. ¡Dioses! ¡Pero si eres un imán con las mujeres! ¿Y nunca te has enamorado? Al menos te habrás acostado con más de una... —él hizo una pausa, entrecerró los ojos, y añadió—: ¿o es que acaso me equivoco?

—A ti no te incumbe con cuántas mujeres me he acostado —respondí con voz seria—. Además, Ariana es sobresaliente, no lo niego, pero no tan inteligente como tú supones.

—En tu lugar ya le hubiera dicho que sí —dijo Abraham.

—Pero no estamos hablando de lo que tú harías —señalé.

Parecía que Abraham iba a contradecir mi argumento, pero al final se contuvo.

—Además —continué—, ella y yo lo intentamos hace tiempo. Comenzamos una relación seria, pero todo quedó en un simple intento.

—Sin embargo —dijo él—, muchos de los que te conocemos quisiéramos tener la mitad de «eso» que tienes que les atrae a las mujeres.

—No es tan agradable como parece —señalé.

—Y ahora vas a decirme que te acosan las mujeres —dijo Abraham, para luego echarse a reír, aunque después se contuvo al recordar que estábamos en la biblioteca.

—No exactamente —repuse—, pero llegué a estar metido en conflictos en los que no tenía nada que ver. Imagínate que una vez me adjudicaron un hijo.

Abraham arqueó las cejas, muy sorprendido. Vi en su rostro un leve gesto de malicia, como si se le hubiera ocurrido una diabólica idea, algo típico en él.

—No pierdas tu tiempo —aconsejé—. Se hizo una prueba de paternidad: no es mío.

Abraham pareció decepcionarse.

—Pero ese pretexto no es suficiente —dijo él después de un rato.

—A menos —sugerí— que se te insinuaran mujeres mayores.

Abraham estuvo a punto de decir algo a viva voz, pero se detuvo a tiempo. Se volvió a inclinar sobre la mesa, esta vez un poco más que la vez anterior, y susurró:

—¿En serio?

Asentí con la cabeza. Aunque era vergonzoso para mí, aquello era cierto.

—¿Qué tan mayores? —preguntó.

—Eso no importa —respondí.

—Aun así —dijo Abraham—, naciste con suerte.

Me encogí de hombros, quitándole importancia al asunto.

Confieso que llegué a disfrutar ser el centro de atención de las jóvenes, allá en mi ciudad natal, pero perdí el interés por los problemas en los que me vi metido.

Además, en la universidad aprendí que yo no era el centro del Universo. Ahí conocí a mujeres jóvenes de gran intelecto que concurrían la biblioteca, a las que les parecí demasiado simple, vacío y falto de interés en mi futuro.

Siendo muy sincero, esas palabras me lastimaron. Es por eso que comencé a comportarme indiferente con las mujeres que se acercaban a mí. Yo no era una mala persona, solamente no deseaba ser lastimado otra vez.

—Ya son las ocho y treinta de la noche —dije, observando mi reloj—. Ya es tiempo de irnos. Nos vemos mañana para terminar el trabajo.

Abraham asintió con la cabeza.

—Te invito a revaluar tu decisión respecto a Ariana —dijo él mientras recogía sus pertenencias y las introducía en su mochila.

—Gracias —respondí—, pero ya he tomado mi decisión.

Él agitó levemente las manos, a manera de desaprobación, y simplemente agregó:

—Que tengas una linda noche, Alan.

—Hasta luego, Abraham.

Él se echó la mochila al hombro, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta de la biblioteca. Por mi parte, me quedé un largo rato pensando en silencio, meditando sobre mi situación.

Era cierto que yo sentía un gran cariño por algunas amigas mías, pero solo era eso. Salí con algunas, pero nada más allá de la simple amistad que compartíamos. Ariana era la última en la lista de citas.

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Me había entretenido en devolver los libros a sus respectivos estantes, por el simple hecho de que no sentía muchos ánimos de hacerlo. Consulté mi reloj y descubrí que eran casi las nueve de la noche. Miré a mí alrededor y me pareció ser la única persona que quedaba ahí dentro, por lo que me apuré a recoger mis pertenencias para irme a casa.

Abrí la puerta principal de la biblioteca para disponerme a salir, cuando escuché pasos detrás de mí. Sin pensarlo, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que una joven se dirigía hacia la salida.

Su cabello era rubio, pero parecía que brillaba con luz propia, como los rayos del sol al comenzar la mañana. Sus ojos eran hechizantes, de un azul que jamás había visto en mi vida. Su rostro era perfecto; la fluidez de sus movimientos también era perfecta. Todo en ella parecía perfecto. No sé de qué otra forma explicarlo, pero por un momento creí que ella era un ángel.

La joven pasó a mi lado. Al ver que yo mantenía la puerta abierta —por no decir lo mismo de mi boca—, giró su rostro hacia mí y con la sonrisa más cálida y tierna del mundo me dijo casi susurrando «Gracias». Lo único que yo pude hacer fue seguirla con la vista, hasta que ella desapareció detrás de uno de los edificios de la universidad.

Durante el trayecto a casa no pude dejar de preguntarme quién era esa hermosa joven. Intenté recordar si la había visto antes, pero era consciente de que nunca, jamás, había visto a alguien la mitad de hermosa que ella. Y no era solo su belleza, porque ella parecía irradiar una especie de energía que te hacía olvidarte de todo.

Había tantas preguntas en mi mente que ni siquiera pude dormir esa noche.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora