30. Un día inolvidable

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Desperté por la mañana, poco después del amanecer.

Lo primero que vi fue el rostro de Anâaj. Ella se encontraba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas, y con Kiyo en su regazo. Tardé un rato en darme cuenta de la situación.

Me incorporé de golpe, aún sorprendido por lo que veía.

—¿Anâaj? —dije, aún confundido.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella, sonriéndome cálidamente.

—Tu rostro... —dije, sin poder terminar la oración.

La sonrisa que poblaba su rostro se ensanchó aún más. Ella dejó a Kiyo sobre la cama, avanzó hacia mí con relativa facilidad, me dio un beso, y dijo:

—Buenos días.

Volví a observar su rostro, aún creyendo que todo era un sueño. Podría jurar, sin miedo a equivocarme, que ella era la misma Anâaj que conocí en la biblioteca. Ella parecía irradiar luz propia, como si fuera un ángel.

Me parecía sorprendente que ella se viera tan bien, como si los últimos meses hubiesen sido solo un mal sueño. Sin embargo, algo me decía que nada estaba tan bien como parecía.

—¿Me preparas chocolate caliente? —preguntó ella.

—Claro —respondí sin pensarlo.

Ella me volvió a regalar una hermosa sonrisa, y por un momento todo el mundo pareció desaparecer.


Desayunamos.

Yo la veía sonreír a cada instante y con una vitalidad inmejorable. Incluso llegué al punto de preguntarme si me encontraba soñando, y todo aquello era tan solo un hermoso sueño.

Durante el desayuno ella me pidió que la llevara al centro comercial. Ni siquiera encontré una razón para no llevarla.

Más tarde Anâaj y yo nos encontrábamos en el centro comercial. Ella iba de un lado a otro, comprando casi todo lo que se le ponía enfrente. No era la primera vez que me hacía gastar tanto dinero, pero debo confesar que todo lo que estaba sucediendo me parecía demasiado extraño.

Hubo dos cosas que más me llamaron la atención: La primera fue que, en las tiendas que le agradaban, ella parecía escribir algo con su dedo índice sobre las paredes frontales de los establecimientos; y cuando descubría que yo la observaba, ella solo sonreía. La segunda fue cuando entramos a una tienda de maternidad, ella tomó una de las playeras, se giró hacia mí y me preguntó: «¿Crees que se me verá bien?». Yo no supe qué responder.

Más tarde comimos en uno de los restaurantes del lugar y por la tarde volvimos a casa.

Le ayudé a Anâaj a acomodar todo lo que había comprado en su habitación, en el segundo piso. Varias veces quise quejarme por el gasto excesivo, pero ella se veía tan feliz, que simplemente no pude hacerlo. Después de todo aquello, y cuando yo creía que el día había vuelto a la normalidad, se acercó a mí, tomó mi mano izquierda, y dijo:

—Necesito que por favor hagas una última compra por mí.

—¿Qué tipo de compra? —pregunté.

Ella abrió mi mano y me entregó un pequeño papel con algo escrito.

—Necesito que vayas a esta dirección y pagues algo que he encargado.

—¿Puedo saber qué fue lo que encargaste? —pregunté, algo intrigado.

Ella sonrió, y respondió:

—No te preocupes. No es nada costoso.

Asentí en silencio. Tomé las llaves del auto y mi cartera, y salí de casa.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora