15. Toda la verdad

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Un lunes por la mañana Anâaj me acompañó a la universidad. Aunque sabía que ella la frecuentaba, me intrigó saber cuál era la razón por la que deseaba ir.

—¿A qué vas a la universidad? —pregunté.

—Debo ir a la biblioteca —respondió ella—. Hay un tema en especial del que quisiera investigar.

—¿Puedo saber cuál es el tema? —pregunté.

—Un tema —repitió Anâaj.

Entrecerré los ojos, y dije:

—Eso significa que no puedo saberlo, ¿verdad?

Anâaj sonrió, y dijo:

—Hay cosas que no debes saber... aún.

Asentí con la cabeza.

—Está bien —dije—. Creo que es mejor no saberlo. No quisiera descubrir que es demasiado increíble, como lo del enlace molecular.

Anâaj solo sonrió. Decidí no volver a hablar del tema. Tal vez tenía mucho que ver con sus investigaciones, mismas que no podía compartir con nadie; ni siquiera conmigo.

Momentos después llegamos a la universidad. Aunque era temprano, había gran cantidad de alumnos yendo de aquí para allá entre los edificios.

—¿Te busco en la biblioteca? —pregunté, después de bajar del auto.

—No —respondió ella, con una leve sonrisa en su rostro—. Yo sabré encontrarte cuando sea el momento.

Anâaj se acercó a mí, me besó la mejilla derecha y se fue rumbo a la biblioteca. Por mi parte, me dirigí al edificio del departamento de Historia a mi primera clase del día. No lo pensé en ese momento, pero era la primera vez que Anâaj me besaba.


Asistí a todas mis clases.

Aquel día, sin contar que Anâaj se encontraba en la universidad, me pareció tan normal como cualquier otro. Más tarde me encontré con Abraham en el club de Historia.

—¡Alan, bienvenido! —exclamó él, al tiempo que yo entraba a la sala de reuniones.

—Hola, Abraham. Que gusto verte de nuevo. Hace dos semanas que regresaste de Inglaterra, y ni siquiera te acordaste de despedirte de mí.

—Lo siento —dijo él—. No sabía si me iban a permitir tomarme un descanso. Cuando me lo aceptaron, me fue difícil comunicarme contigo.

—No te preocupes —dije—. Pero, cuéntame: ¿Cómo es Stonehenge?

—Es un lugar mágico —respondió él mientras se le iluminaba el rostro de alegría—. Te olvidas del resto del mundo. Te olvidas de que vienes de una gran ciudad, llena de todo tipo de ruidos, olores tóxicos y una vida acelerada. La verdad: valió la pena. —Me observó por un momento, y preguntó—: ¿Alguna vez te has sentido así?

La respuesta la conocía a la perfección.

—Sí —respondí.

—Entonces sabes muy bien a qué me refiero —dijo él.

Asentí con la cabeza.

—Me gustaría ir un día —confesé—. Siempre me ha llamado la atención ese lugar.

—Deberías ir —dijo él—. Por cierto, hace un rato me encontré con Ariana...

Si instantes atrás había alegría en mí, esta desapareció después de escuchar ese nombre.

—Esa fue la misma expresión que vi en ella cuando pregunté por ti —señaló Abraham.

—No quiero hablar de eso —dije, adelantándome a Abraham.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora