21. Un día fuera de casa

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Amaneció.

Aunque dormí poco, había descansado bien; adolorido del cuerpo a causa de lo incómodo del sofá, pero descansado. Tal vez más descansado que otros días.

—Debiste haber encerrado a Kiyo en su jaula —dijo una voz.

Me giré y descubrí que Anâaj se encontraba sentada sobre la alfombra, junto al sofá, jugando con Kiyo.

—Buenos días —dije mientras me desperezaba.

—Buenos días —respondió ella mientras señalaba algo en el suelo, como a unos dos metros de distancia—. Te va a tocar recoger el regalito que dejó Kiyo.

Dirigí la mirada hacia lo que Anâaj señalaba: Kiyo había ensuciado la alfombra.

—Qué mal —dije, aparentando molestia—. Y eso que él me prometió que no lo haría.

Anâaj se echó a reír.

—¡Qué asco! —exclamó mi hermana, quien acababa de entrar a la sala.

—Alan tuvo la culpa —dijo Anâaj mientras me señalaba con el dedo.

—Fue Kiyo —dije—. Que él limpie lo que hizo.

—Más te vale que limpies pronto la alfombra —dijo mi hermana—. Si mi madre se da cuenta, seguro manda al perro al patio trasero.

Me encogí de hombros, y dije:

—El perro es de Hannah.

Anâaj me regaló un doloroso y bien merecido pellizco en el brazo derecho.

—¡Oye! —exclamé—. Duele.

Anâaj solo se limitó a sonreírme.

—Está bien —dije—. Yo lo limpio.


Mi hermana quería ir a un nuevo centro comercial que acababan de inaugurar. Por mayoría de votos —como en toda buena democracia—, se decidió que iríamos después del desayuno. Más tarde nos dirigimos al dichoso centro comercial.

Me sorprendió el gran tamaño de la construcción: era mayor al centro comercial que yo frecuentaba. Las más emocionadas de estar ahí eran Anâaj y mi hermana.

—Ven —dijo mi hermana a Anâaj mientras la tomaba del brazo—, te voy a mostrar una tienda de ropa que seguro te encantará.

Anâaj me dirigió la mirada, me sonrió cálidamente y se dejó llevar por mi hermana. Me giré hacia mis padres, pero ellos ya se habían separado de mí y habían entrado a una pequeña tienda. Sentí un ligero jalón en el brazo derecho. Me giré: Anâaj había vuelto.

—Adriana dice que nos acompañes —sonrió ella pícaramente—. Necesitamos a alguien que cargue con todo lo que vamos a comprar.

—Así que para eso me trajeron —señalé—. A eso se le llama abuso de poder.

—¿Qué te parece si me ayudas a elegir qué ropa comprar? —preguntó ella.

Me agradó tanto la idea que ni siquiera quise bromear.

—Está bien —dije.

Anâaj volvió a sonreír, y después me guió hacia el establecimiento.

Anâaj me presentó una hermosa pasarela con ella, la modelo más hermosa del Universo, como única expositora. Lo más lindo fue verla en un precioso vestido azul. Nunca la había visto con uno puesto, y a ella también pareció agradarle. Al final ella solo decidió comprar unas pocas prendas, aunque mi hermana casi se lleva todo el catálogo a casa. Claro está que yo fui quien pagó todo, pero no iba a negarme a ello.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora