10. Un día muy peculiar

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Era domingo. Desperté como a las nueve de la mañana. No tenía tareas por hacer, así que pasé un largo rato observando el techo de mi habitación. Realmente no pensaba en algo en concreto, solo dejaba pasar el tiempo.

Escuché la suave respiración de alguien a mi lado derecho. Giré mi cabeza y descubrí que Anâaj se encontraba a mi lado, profundamente dormida. No recordaba haberla escuchado llegar; seguramente sucedió mientras yo dormía. A ella no le incomodó compartir mi cama conmigo.

Era la primera vez que la veía con la cabellera recogida. Descubrí que sus cabellos eran de un castaño muy claro, con reflejos dorados y grisáceos. Ella tenía un aroma... un aroma a mujer.

Por los siguientes minutos no me moví de mi lugar. Me parecía alucinante que ella, una mezcla de alienígena y humana, estuviera durmiendo a mi lado.

Pero, el gusto me duró poco: su mano derecha realizó un leve movimiento ascendente, y a continuación ella abrió los ojos. Nos miramos en silencio por un rato. Me pregunté qué era lo que ella estaría pensando mientras me veía.

—Busco recuerdos —contestó ella a una pregunta que solo había formulado en mi mente—. Estudio tus pensamientos. Cosas así.

—Creí que ya no me leías la mente —repuse.

—No vuelve a pasar —aseguró ella con una sonrisa—. Cierra los ojos. Voy a levantarme y ando en ropa interior.

—¿Olvidas que ya te he visto desnuda? —pregunté, bromeando.

—Y te encantaría hacerlo de nuevo, ¿verdad? —dijo ella. Su tono de voz sonó tan pícaro que me quedé sin palabras.

Anâaj comenzó a reír. Yo me cubrí el rostro con la cobija antes de que ella descubriera que me estaba ruborizando de vergüenza.

Ella se levantó de la cama y se encerró en el baño. Aproveché para darme una ducha rápida en el baño secundario de la casa, para después preparar algo para el desayuno.

Terminé de preparar el desayuno antes de que ella saliera de ducharse. Serví dos raciones y las llevé a la mesa. Cuando ella por fin se reunió conmigo en el comedor, llevaba la misma ropa que dejó tiempo atrás, cuando por poco muere de hipotermia. Se sentó en la silla que estaba a mi izquierda y me observó en silencio.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Tengo mucha, mucha hambre —respondió ella.

—No te preocupes —dije—, hay bastante comida.

Ella sonrió y comenzó a comer.

—Tengo una pregunta —señalé—, aunque no sé si quieras responderla en este momento.

—Claro —dijo ella.

—¿Qué tanto haces aquí en la ciudad, aparte de visitarme?

—Estudio tu civilización —respondió ella—. Ya te lo había dicho antes. ¿Acaso ya lo olvidaste?

Repensé mi pregunta, y después dije:

—Lo que quise decir es: ¿En qué te apoyas para investigar?

—Principalmente en las bibliotecas universitarias —respondió ella—. Hay mucha documentación académica ahí. Pero también aprendí que en la calle se puede aprender cosas que en textos nunca aprenderás. ¿Tendrás más comida?

Miré su plato: estaba casi intacto.

—Sí —respondí—, pero aún no te terminas lo que te serví.

—Pero no va a ser suficiente —señaló ella.

Me puse de pie y caminé hacia la cocina. Regresé con un plato hondo repleto de comida. Lo dejé sobre la mesa y tomé asiento.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora