Anâaj continuó acompañándome a la universidad por algún tiempo, hasta que un día de marzo decidió que ya no volvería a ir.
Comencé a notar un cambio muy notorio en ella. Primero me pidió que le comprara una computadora portátil, pero nunca me quiso decir para qué la necesitaba. Luego comenzó a apoderarse de mi teléfono celular, hasta que por necesidad terminé comprándole uno igual. Después comenzó a insistirme que la llevara al centro comercial, al cine, o a los lugares que a ella le apetecía visitar. También dejó de hablarme de su planeta y de su civilización, y no volvió a nombrar nada relacionado con los recuerdos compartidos.
Tal vez, solo tal vez, me había tomado la palabra y aceptado quedarse a vivir conmigo. Tal vez decidió no volver a su planeta natal, ni a los otros en donde investigaba. Tal vez había decidido vivir su vida como humana.
Continuaron pasando los días, hasta que llegaron las vacaciones de primavera. Mis padres me insistieron hasta el cansancio que fuera a visitarlos. Al final, fue Anâaj la que me convenció de ir, aunque ella debía acompañarme. Anâaj aceptó, con una única condición: Kiyo también nos acompañaría.
Como era un viaje bastante largo, decidí que viajaríamos en autobús. No me gustaba conducir tanto y dudaba que Anâaj supiera conducir.
Anâaj durmió casi todo el viaje. Yo intenté hacer lo mismo, pero no lo logré: había demasiadas cosas preocupándome, tantas que terminé por despertarla.
—Tranquilízate —susurró Anâaj sin abrir los ojos—. Aún no llegamos y ya estás inventando escenas que no sabes si pasarán.
—Discúlpame —dije—, es solo que no sé cómo se lo tomarán mis padres. No sé cómo reaccionarán al verme llegar con una mujer desconocida, y encima que ella viva en mi casa.
—No necesitan saber que vivimos en la misma casa —señaló ella.
—No van a saber que vivimos en la misma casa —dije.
—También puedes decirles que yo compré a Kiyo —dijo ella—. No es necesario que sepan que tú me lo regalaste.
—No hay nada de malo en que sepan que yo te lo regalé —señalé, un tanto molesto.
—Tampoco hay nada de malo en que sepan que vivimos en la misma casa —dijo Anâaj—. ¿Acaso no somos adultos?
Me di cuenta de que estaba actuando como un tonto. Respiré hondo, y dije:
—Tienes razón, Anâaj. No hay nada de malo en eso.
—Oh, no —ella abrió los ojos y movió la cabeza negativamente—. Yo no soy Anâaj.
—¿Qué dices? —exclamé.
—Ese nombre se ha quedado en casa: ahora es mejor que me llames Hannah. Ese es mi nuevo nombre.
—Hannah —dije, como si hablara conmigo mismo—. Es como decir fonéticamente al revés el nombre Anâaj.
—Exacto —señaló ella—. Ahora, déjame dormir un rato.
—Está bien —dije.
Ahora ya sabía por qué Ariana la llamó Hannah: ese era su nombre como humana.
Mis padres ya nos esperaban en la terminal de autobuses; o tal vez debería decir que me esperaban a mí porque ellos no sabían que Anâaj y Kiyo me acompañaban.
—¡Espera! —exclamé, antes de entrar a la sala de espera.
Anâaj se detuvo de golpe y me observó, un tanto perpleja.
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Gionme Rhuroj
Science-FictionAlan es un joven universitario que, por diversas razones, ha tenido problemas en el amor. Sin embargo, una noche conoce a una joven misteriosa que, por coincidencias o el destino, termina volviéndose muy unida a él, y más cuando descubren que no es...