16. El Mirador

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Llegué a mi destino a las cinco en punto. Solo había otro auto estacionado: el que Ariana había conseguido, tiempo atrás. Ella se encontraba recargada sobre el costado del auto, contemplando el hermoso paisaje que desde ahí se podía observar.

Bajé del auto y me acerqué a ella, aunque mantuve distancia entre ella y yo; no deseaba incomodarla.

—Es un hermoso paisaje, ¿no crees? —señaló ella sin dirigirme la mirada.

—Lo es —respondí.

Una corriente de aire agitó levemente sus largos cabellos negros como la noche.

—Me da gusto verte de nuevo —confesé.

Ella sonrió. Otra corriente de aire agitó su cabellera.

—Yo también me alegro —respondió Ariana mientras se acomodaba un mechón de cabellos negros que cubría su mejilla izquierda.

Los dos guardamos silencio por un largo rato. Yo deseaba saber por qué motivo me había citado en ese lugar, pero preferí esperar a que ella se decidiera a decírmelo.

—Cuando me hablaste de ella —dijo Ariana, rompiendo el silencio— no te creí por completo. —Ella se incorporó, caminó hasta la barandilla del mirador, se recargó sobre esta, y luego continuó—: Pero, cuando hablé con ella, entonces comprendí todo.

Ariana rió por un instante, y añadió:

—No tienes idea de lo sorprendente que fue para mí. Creo que voy a necesitar de varias noches para poder dormir bien. Pero, me alegro de saberlo, de lo contrario no podría estar tranquila conmigo misma.

Por primera vez en esa ocasión, ella me miró y me regaló una sonrisa. Eso fue suficiente para que toda tensión en mí desapareciera.

—Cuídala bien —pidió Ariana—. Ella sufre mucho. Tú eres su único apoyo.

—¿Cómo dices? —exclamé—. No entiendo.

Ella sonrió y volvió a dirigir su mirada hacia la ciudad.

—Al final de cuentas —dijo—, ella y yo no somos tan distintas. Ella es mucho más inteligente, de eso no hay dudas —Ariana volvió a reír, y otra corriente de aire agitó su cabellera. Volvió su mirada hacia mí, y agregó—: Tienes que prometerme que vas a cuidar de Hannah.

«¿Hannah?», pensé. «¿Por qué Ariana la llamó Hannah?»

—Promételo, Alan —insistió ella.

—Te lo prometo —respondí.

Ella sonrió, satisfecha.

—Y sé que cumplirás tu promesa, Alan —ella echó un rápido vistazo a su reloj, y añadió—: Debo irme.

Asentí con la cabeza.

—Entonces —dije—, nos veremos en la universidad, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—Lo siento —dijo ella—, pero me voy de la ciudad.

—¿Por qué? —pregunté.

Ella me miró tiernamente, y respondió:

—Porque necesito irme.

No quise insistir.

—Está bien —dije—. Cuando lo desees, ven a visitarnos.

—Algún día —respondió ella. Se acercó, me abrazó, y dijo en voz baja—: Cuídate, Alan.

—También cuídate —respondí.

Me regaló una última sonrisa, y comenzó a avanzar hacia el auto.

—Hasta luego —dijo ella mientras abría la puerta.

—Hasta luego —respondí.

Se subió al auto, encendió el motor y se alejó del mirador.

Esa era la segunda vez que me despedía de Ariana, solo que en esa ocasión al menos había recuperado su amistad.


Iban a dar las seis de la tarde cuando llegué a casa. Bajé del auto y me recargué sobre este. Aún desde mi casa se podía observar una hermosa vista de la zona financiera de la ciudad. Además, los hermosos colores del atardecer me hicieron pensar en el recuerdo que Anâaj me compartió.

Se abrió la puerta principal de la casa y el rostro de Anâaj se asomó por la rendija. Después de un momento, ella decidió acompañarme.

—¿No piensas entrar a la casa? —preguntó ella mientras se acercaba a mí.

—Estaba a punto —respondí—, pero me detuvo este hermoso atardecer.

—¡Sí que es hermoso! —exclamó ella con alegría.

Volví mi vista hacia el cielo, y dije:

—Es como aquel atardecer en... ¿Cómo se llama la ciudad?

Kam Yanohi —respondió ella.

Volteé a verla en el justo momento en que desaparecía la alegría de su rostro. Pero esta vez, cuando ella se dio cuenta de que yo la observaba, no disimuló alegría.

—Necesitamos hablar —dijo ella mientras aún veía el hermoso atardecer.

—Entonces —dije—, creo que mejor será entrar a la casa.

Ella asintió en silencio y comenzó a caminar hacia la puerta principal. Yo la seguí, aunque poco a poco comencé a preocuparme por lo que estaba a punto de escuchar. Tal vez no iban a ser buenas noticias.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora