7. Una historia de otro mundo

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Desperté cuando el sol ya tenía al menos tres horas de haber salido. Normalmente, me despertaba tarde los domingos y aquel no había sido la excepción. Comencé a divagar entre pensamientos, cuando recordé lo ocurrido por la madrugada.

Me incorporé de golpe. Quería ir lo más pronto posible a mi habitación y saber si ella estaba bien. Sin embargo, no fue necesario: ella se encontraba durmiendo en el otro sofá de la sala.

Casi al instante ella abrió los ojos: la desperté en mi repentino y brusco intento de levantarme. Me miró por un instante en silencio, y después ella simplemente volvió a cerrar los ojos.

Me pareció extraño que ella decidiera pasar la noche en la sala y no en mi habitación. Sin embargo, decidí no preguntar al respecto. Me levanté lo más silencioso que pude y comencé a avanzar hacia el baño secundario.

—Buenos días —dijo la joven, justo en el momento en que pasaba junto a ella.

—Buenos días —respondí, un poco apenado.

Continué avanzando hasta que llegué al baño secundario. Cerré la puerta y me dispuse a lavarme la cara.

Trataba de recordar todo lo que pasó esa madrugada, pero después de un rato terminé por convencerme de que no había mucho que recordar: ella estaba triste y había salido a alguna parte; eso era todo. Me cuestioné varias veces si era una buena idea preguntarle a dónde había ido, aunque no deseaba hacerla sentir nuevamente como en un interrogatorio.

Regresé a la sala. Ella se encontraba sentada sobre el sofá, cubriéndose del frío con una cobija. Apenas me vio, preguntó:

—¿Tendrás...?

—¿Chocolate caliente? —completé la pregunta.

Ella sonrió y asintió con la cabeza.

—En un momento lo preparo —respondí.

Me dirigí hacia la cocina y ella hacia mi habitación. Pensé que era un buen día para un desayuno distinto, para un verdadero desayuno de un día de invierno. También me dispuse a preparar el chocolate caliente. No supe en qué momento ella volvió conmigo.

—Huele delicioso —señaló ella.

Me giré, algo sorprendido, y observé que ella se encontraba sentada nuevamente en el mismo banco.

—Y te aseguro que tendrá un sabor igual de delicioso —señalé, para después continuar cocinando.

Ella sonrió en silencio. Instantes después bajó la mirada hacia sus manos, y así se quedó por un largo rato. Me intrigaba saber en qué pensaba, pero supuse que no serviría de mucho preguntar. Sin embargo, una parte de mí, la parte más humanitaria, quería correr el riesgo de hacerlo. Antes de que yo me decidiera, ella habló:

—Perdóname.

Me giré nuevamente y la observé por un momento: ella continuaba con la vista baja, jugando con sus manos.

—¿De qué hablas? —pregunté.

Ella levantó la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Hizo el intento de decir algo, pero al final se contuvo. Bajó la mirada y continuó jugando con sus manos. Yo esperé pacientemente a que ella se decidiera a continuar.

—Perdóname —dijo ella después de un rato y con voz serena—. Te he ocultado cierta información sobre mí.

—¿Cierta información? —exclamé—. Me has ocultado todo sobre ti.

Ella asintió con la cabeza, y dijo:

—Pero lo he hecho por mi seguridad y la tuya.

—No entiendo —dije—. ¿Por nuestra seguridad?

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora