13. Recuerdo compartido

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Abrí los ojos y descubrí que no me encontraba en mi habitación, sino en un descampado; un lugar, a mi parecer, bastante hermoso.

Noté que estaba recargado en un árbol sin hojas que tenía una extraña coloración verdosa. El pasto que cubría casi todo el descampado tenía una coloración dorada; pero no como el dorado que tiene el pasto seco, sino uno distinto, como si el pasto estuviera vivo y ese fuera su color natural. Levanté la vista y vi que el cielo estaba tapizado de vivos colores rojizos y anaranjados.

A unos cien metros frente a mí observé el inicio de un bosque, y más allá un conjunto de construcciones, pero que no pude reconocer.

—Esa ciudad es Kam Yanohi —dijo la voz de Anâaj.

Giré la cabeza hacia mi lado derecho y descubrí que ella caminaba hacia mí.

—¿En dónde estamos? —pregunté.

—Físicamente en tu casa —respondió Anâaj—. Este paisaje pertenece a uno de los recuerdos que tengo de mi hogar.

—¿Esto es un recuerdo? —pregunté mientras me ponía de pie—. No entiendo.

Ella estudió mi rostro por un instante, y después dijo:

—Los Zshanma tenemos la habilidad de compartir recuerdos, aunque contigo solo puedo hacerlo mientras duermes —ella sonrió cálidamente, y agregó—: Échale la culpa a la evolución del cerebro humano.

—Ya veo —dije—. Entonces estoy dormido.

Anâaj sonrió y asintió en silencio. Miró hacia su alrededor, y dijo:

—Es un hermoso lugar, ¿no crees?

—Lo es —señalé.

—De niña me gustaba visitar este lugar —confesó ella—. Me encantaba quedarme todo el día bajo la sombra de este árbol.

Anâaj se recargó en el tronco del árbol, mientras parecía revivir viejos recuerdos. Después ella giró la cabeza hacia mí y me regaló una tímida sonrisa.

—Quisiera poder volver a este lugar —confesó ella mientras que la sonrisa que iluminaba su rostro desaparecía. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero rápidamente se las enjugó con ambas manos. Después continuó observando aquel hermoso paisaje en silencio.

Yo me limité a observarla, tratando de descubrir en qué estaba pensando. Me encontraba en medio de un paisaje ajeno a cualquiera de los que existían en la Tierra y, sin embargo, lo único que en ese momento me importaba era Anâaj. Tardé en darme cuenta de que ella me observaba con mucha curiosidad.

—¿Intentas leerme la mente? —preguntó ella con voz burlona.

Traté de responder, pero terminé balbuceando palabras sin sentido. Ella comenzó a reír con soltura.

—¿De qué te avergüenzas? —preguntó ella entre risas.

—De nada —respondí, tratando de evitar que ella descubriera que estaba mintiendo. Después añadí—: Este lugar bien podría pasar por un paisaje terrestre.

Ella dio otro vistazo al lugar, y dijo:

—La evolución de la vida en la Tierra y la ocurrida en mi planeta son muy similares.

—¿Tu fisiología original, la fisiología Zshanma, se parece a la de los humanos? —pregunté.

Anâaj me sonrió y dirigió su mirada hacia la ciudad que estaba más allá del bosque.

—No —respondió—. No se parecen.

—¿Cómo es? —pregunté, demasiado intrigado como para disimular mi interés.

Ella volvió a sonreír, aunque sin dejar de observar a la distancia.

—Lo siento —respondió ella—. Eso nunca lo podrás saber. Ningún humano podrá saberlo.

Su respuesta me intrigó. Pero antes de que yo pudiera decir algo, ella se acercó a mí, me tomó de ambas manos, y dijo:

—Te agradezco que me hayas ayudado por segunda vez. Ya son dos vidas las que te debo. No sé cómo podré pagarte todo lo que has hecho por mí.

Ella volvió a sonreír cálidamente, me abrazó y me susurró al oído:

—Es momento de despertar. Aen et nomenth iest.


Desperté.

Lo primero que vi fue el ventanal de la habitación de Anâaj, y recordé que seguía sentado al lado de su cama. Después me di cuenta de que mi mano izquierda estaba sujetada por la mano izquierda de Anâaj. Ella estaba recostada en la cama, aunque despierta. Nos observamos por un instante, y después ella simplemente me sonrió y cerró los ojos. Como ella seguía sujetando mi mano, decidí que me quedaría ahí, junto a ella, hasta que despertara.

Pensé por un largo rato sobre lo que observé en el extraño sueño, si es que así se le podía llamar a ese recuerdo compartido. Varias veces intenté explicar cómo era que ella podía hacer tal cosa, pero terminé por convencerme de que estaba perdiendo el tiempo.

También recordé la charla que había tenido con Ariana. Quería contarle todo a Anâaj, aunque ni siquiera sabía qué iba a ganar con eso. ¿A ella le importaría saberlo? Y además, ¿qué es lo que yo esperaba de Anâaj?

De pronto, se me vino a la mente la frase que ella me dijo en un idioma desconocido. No era la primera vez que la escuchaba, pero sinceramente desconocía el significado. Ella parecía decirla en momentos especiales, porque no siempre se despedía de esa manera. Además, yo tenía la corazonada de que ella me la había dicho en más ocasiones de las que recordaba.

Por alguna razón pensé en la noche previa a que Anâaj me dijera quién era ella en realidad. Recuerdo que en esa ocasión ella también me había tomado de la mano, pero desconocía si me compartió algún recuerdo. ¿Qué ocurrió esa madrugada entre los dos, que la convenció de abrirme su corazón?

Cada vez tenía más y más preguntas que yo, un simple humano, no podía responder.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora