33. Continuar

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Pasó el tiempo.

Lo peor de todo comenzó cuando tuve que darle explicaciones a mis padres y a mi hermana sobre la repentina despedida de Anâaj —o Hannah, como ellos la conocían—. Tuve que decirles que ella se había regresado a su ciudad de origen porque uno de sus familiares se encontraba enfermo —no encontré una mejor mentira—, y que aún no sabía cuándo volvería conmigo.

Con el pasar del tiempo ellos volvieron a preguntar, y esta vez tuve que decirles que se había cambiado de universidad; pero ella y yo aún continuábamos en contacto. Pasaron algunos meses, pero ellos ya no volvieron a mencionar a Hannah.

En esos días descubrí que el pequeño bulto en mi oreja izquierda había desaparecido, aunque nunca supe cuándo ocurrió exactamente. También descubrí que mi casa ya no se sentía tan fría, como cuando Anâaj se iba, pero aún se sentía algo vacía; Kiyo era un excelente compañero, pero nadie podría llenar el vacío que Anâaj dejó en mi casa y en mi vida.

Continué con mis estudios. También continué visitando los clubes y conviviendo con mis compañeros y amistades. Lo único que dejé de hacer fue concurrir la biblioteca. No sé por qué, pero no me sentía a gusto ahí.

Volví a ver a Ariana en una fiesta del Comité de Estudiantes. Contrario a lo que yo pensé, ella estuvo muy accesible a charlar conmigo. Me preguntó por Anâaj, y yo tuve que decirle la verdad. Ella me dio ánimos y me pidió que no perdiera la esperanza. Yo le prometí que así lo haría, aunque ella y yo sabíamos que no iba a ser tan fácil.

Reconozco que tuve varias oportunidades para relacionarme con compañeras de la universidad, pero decidí que no era el momento para ello. No niego que aceptaba invitaciones de ellas para visitar diversos lugares, pero siempre dejé en claro que lo único que yo quería de ellas era su amistad y nada más. Por fortuna, ellas respetaron mi decisión. Abraham estuvo muy empeñado en hacerme cambiar de parecer, pero no lo logró. Al final, él también terminó por aceptar mi decisión de no relacionarme con nadie.

Kiyo continuó creciendo saludablemente y volviéndose más y más obediente. Ahora podía dejarlo libre por la casa cuando yo me encontraba fuera, sin ningún temor a que hiciera algún destrozo. Sin embargo, de vez en cuando se recostaba frente a la puerta de la habitación de Anâaj y se quedaba ahí por un largo rato, llorando, y de ninguna manera lograba moverlo de ahí. Él también la extrañaba, de eso no había duda.

Y contra toda desesperanza, traté de continuar con mi vida.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora