Una noche de otoño había luna nueva, por lo que las estrellas se podían ver con mayor nitidez, desde el descampado ubicado a unos kilómetros de la ciudad.
En las noches anteriores el cielo estuvo cubierto por nubes de lluvia, pero esa noche el cielo estaba increíblemente despejado. Aunque llovió los días anteriores, el pasto estaba seco y cálido. El estar ahí, recostado sobre el pasto, contemplando el hermoso cielo nocturno, era una experiencia única.
—¿Ese es Orión? —preguntó mi hija mientras señalaba el cielo.
Eché un vistazo, y respondí:
—Sí. Ese es Orión.
—¿Y quién es Orión? —preguntó ella.
—Esa es una buena pregunta —señalé—. Orión: el Gran Cazador. Un día los dioses visitaron a un anciano que no podía tener hijos. Como agradecimiento, los dioses le dieron un hijo, al que llamó Orión. Cuando creció, Artemisa se enamoró de él, pero ella después lo mató.
—¿Por qué? —preguntó mi hija, entre sorprendida y aterrada.
—No lo sé —respondí—. Creo que los antiguos griegos no sabían escribir historias con finales felices.
Mi hija seguía observándome, como si esperara que yo terminara de explicarle qué había ocurrido en realidad.
—No te preocupes —aconsejé—. Es solo una historia. Orión está muy bien. Seguramente en este momento se encuentra recostado sobre una hamaca, en alguna playa del caribe.
Ella sonrió, divertida.
—¿Sí ves la gran estrella anaranjada —pregunté mientras señalaba el cielo—, la que está más arriba y más brillante?
Ella asintió con la cabeza.
—Se llama Betelgeuse. Es como novecientas veces más grande que el sol.
Ella me miró con los ojos bien abiertos, muy sorprendida.
—¿Eso es mucho? —preguntó.
—Muchísimo —dije.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó.
—Pues... me lo dijo una persona muy especial —respondí.
—¿Especial? —exclamó ella, algo confundida—. ¿Por qué especial?
Supuse que no iba a ser fácil explicárselo. ¿Cómo explicarle a una niña de seis años de edad que una mujer de otro planeta me lo dijo? ¿Podría comprenderlo? No lo sabía. Al final, fue ella quien rompió el silencio:
—Especial... ¿como mamá?
Aquellas palabras me hicieron sonreír.
—Sí —respondí—. Tan especial como tu mamá.
Ella me sonrió y continuó observando el cielo nocturno.
—¿Y dónde está? —preguntó.
—¿Quién? —dije.
—La persona especial —preguntó mi hija—. ¿Dónde está?
Pensé por un momento. ¿Debería explicarle que esa persona había muerto? Pero, ¿realmente murió? Tal vez murió su cuerpo físico, pero no su alma ni parte de sus recuerdos. Tal vez debía mentir un poco.
—Ella está en alguna parte del espacio —respondí—, allá arriba, explorando todos los planetas del Universo. Ella es una Exploradora Espacial: una Gionme Rhuroj.
—Gionme... ¿qué? —preguntó ella.
—Gionme Rhuroj —corregí—. Así se le llama a los Exploradores Espaciales de Zshanma.
—¿Qué es eso? —preguntó mi hija, cada vez más sorprendida.
—Una civilización que vive en la galaxia Andrómeda.
Mi hija se quedó boquiabierta por un instante, y después preguntó:
—¿Hay personas...?
—¿En otros planetas? —terminé la pregunta—. Sí. Pero no se lo digas a tu mamá porque ella no cree en eso. Ese será nuestro secreto, ¿ok?
Ella me sonrió y asintió con la cabeza, para luego volver a contemplar el cielo.
Mi hija era más inteligente de lo que yo podía llegar a imaginar. No era una niña cualquiera, sino una muy especial. Mi hija era el vivo reflejo de su madre; creo que por eso insistí tanto en que también se llamara Hannah, como ella. Al menos de mí no obtuvo esa especial manera de pensar, ni mucho menos sus hermosos ojos verdes con pigmentaciones cafés.
—¿Cómo son los otros planetas? —preguntó ella.
—Diferentes al nuestro —respondí.
—¿Qué tan diferentes? —preguntó.
—Tan diferentes —dije— que no existen palabras para describirlos.
Pensé que mi hija no entendería mi respuesta. Sin embargo, ella sonrió y continuó observando el firmamento. Como dije, mi hija era más inteligente de lo que yo podía llegar a imaginar.
—¿Algún día visitaremos otros planetas? —preguntó ella.
—Por supuesto que sí —respondí—. Es solo cuestión de tiempo. Tal vez tú te conviertas en una exploradora, en una Gionme Rhuroj humana, que viaje por el universo descubriendo planetas y conociendo a las personas que viven en ellos.
Ella volteó a verme: sus ojos brillaban de emoción.
Yo no sabía qué le deparaba el futuro a mi hija, pero estaba seguro de que ella cambiaría al mundo.
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Gionme Rhuroj
Bilim KurguAlan es un joven universitario que, por diversas razones, ha tenido problemas en el amor. Sin embargo, una noche conoce a una joven misteriosa que, por coincidencias o el destino, termina volviéndose muy unida a él, y más cuando descubren que no es...