Me estaba quedando dormido en la biblioteca, cuando recibí una llamada de Anâaj.
—¿Todo bien, Anâaj? —dije en voz baja, mientras salía en silencio de la biblioteca.
—No me siento bien —dijo ella en voz baja. Su tono de voz me hizo sentir escalofríos.
—Voy para allá —dije mientras apresuraba el paso—. No intentes hacer nada. Llego en unos minutos.
Corrí como nunca había hecho en mi vida. Me subí al auto, encendí el motor y salí volando del estacionamiento. No sé cuántos altos y semáforos me salté, solo sé que, cuando llegué a casa, detrás de mí venía una patrulla de policía persiguiéndome.
—¡Alto ahí! —dijo uno de los policías.
Yo me quedé inmóvil junto al auto, porque no quería tener más problemas de los que ya tenía. Con cuidado giré la cabeza, y dije:
—Por favor, es una emergencia. Mi esposa está en peligro.
Creo que el oficial pudo ver la preocupación en mi rostro, porque inmediatamente me dijo:
—Guíanos a donde está ella.
Cuando entramos a la casa, Anâaj se encontraba en el suelo de la cocina, inconsciente. Uno de los oficiales solicitó una ambulancia, y pocos minutos después ya íbamos camino al hospital.
El médico me dijo que ella sufrió un colapso mental, causado por estrés y cansancio físico excesivos. También me dijo que Anâaj estuvo a punto de sufrir daño cerebral irreversible, y que este le hubiera impedido ser autosuficiente por el resto de su vida. Por fortuna, esto no ocurrió.
Sin embargo, ella tendría que quedarse unos días en el hospital, al menos hasta que recuperara la fuerza motriz y los médicos estuvieran seguros de que su cerebro estaba fuera de peligro.
Me encontraba sentado al lado de la cama, cuando Anâaj abrió los ojos.
—¿Alan? —dijo ella en voz baja, algo confundida.
Me puse de pie y me acerqué a ella.
—Aquí estoy —dije, mientras acariciaba sus largos cabellos dorados—. Vaya susto el que me diste.
—¿Qué sucedió? —preguntó ella.
—Cuando llegué a casa, estabas inconsciente. Te trajo una ambulancia al hospital. No es nada grave, aunque pudo ser peor.
Ella pensó por un momento, respiró hondo, y dijo:
—Lo siento. Creo que no medí bien el esfuerzo que hacía.
—Tranquila —dije—. Ahora solo debes descansar.
—No imaginé que pasaría esto —dijo ella, apenada, mientras se intentaba enjugar las lágrimas que bajaban por sus mejillas.
La abracé como pude, besé su frente, y dije:
—Solo descansa, por favor.
Anâaj asintió con la cabeza, para después sonreírme y acariciar mi rostro.
—Aquí estaré —señalé—. Voy a estar a tu lado hasta que te den de alta y te pueda llevar a casa.
—¿Qué pasará con tus clases? —preguntó ella.
—Tu vida es más valiosa que cualquier cosa en el Universo —respondí.
Ella pareció ruborizarse, por lo que intentó taparse el rostro con las pocas fuerzas que tenía.
—¿Puedes hacerme un favor? —preguntó ella.
—Todos los que quieras —respondí.
—¿Tienes mi teléfono celular? —preguntó Anâaj.
Metí la mano izquierda a la bolsa de mi pantalón, saqué su celular y se lo mostré. Ella lo desbloqueó, y dijo:
—Busca el número de mi mentora. Llámale y dile que necesito hablar con ella.
—Deberías esperar a que te recuperes —señalé.
Ella meneó la cabeza, y repitió:
—Dile que necesito hablar con ella. También dile en qué habitación estoy, por favor.
Miré por un instante sus cansados ojos azules, asentí con la cabeza, y dije:
—Está bien. Yo le llamo.
Más tardé en llamarle a la mentora de Anâaj, que ella en llegar al hospital. Apenas entró a la habitación, y Anâaj la vio, le dijo «Creo que ya encontré lo que buscaba», aunque no supe a qué se refería con eso porque en esta ocasión Anâaj me pidió que las dejara solas.
La charla entre las dos tardó más de lo que yo hubiera deseado, pero decidí no molestarlas. Más tarde, cuando la mentora salió de la habitación, se acercó a mí, y dijo:
—Cuida muy bien de Anâaj. Si vuelve a tener algún episodio similar, aunque sea mínimo, llámame.
—Así será —dije.
La mujer se acercó un poco más a mí, y dijo:
—No le digas a ella lo que acabo de pedirte, por favor.
—No se preocupe —respondí—. Esto quedará entre nosotros dos.
La mujer asintió en silencio, para después girarse y avanzar por el pasillo, rumbo a la salida. Me puse de pie y fui a reunirme con Anâaj.
—Me dijo mi mentora que en el expediente del hospital aparezco como casada —dijo Anâaj, sonriendo, apenas me vio entrar a la habitación.
—Hasta donde yo recuerdo —dije—, soy tu compañero de vida, ¿o me equivoco?
Ella negó con la cabeza, y dijo:
—Eres mi compañero de vida.
—Espera —dije, para después pensar por un momento, y luego preguntar—: ¿Es necesaria una ceremonia para formalizar el matrimonio?
—Sí —respondió ella.
Me quedé pensativo por un momento, y después dije:
—Entonces... no estamos casados por completo, ¿verdad?
—¿Te molesta que no lo estemos? —preguntó ella.
Pensé por un momento, y pregunté:
—¿Los Zshanma pueden casarse con personas de otros planetas?
—Sí —respondió Anâaj—. No es común, pero sí sucede.
—¿La ceremonia es igual o distinta? —pregunté—. Por ejemplo, entre tú y yo, en comparación a cuando la celebran dos Zshanma.
—Haces demasiadas preguntas sobre la ceremonia —señaló Anâaj, algo molesta—. Ayúdame a sentarme, por favor.
Le ayudé a incorporarse. Ella me hizo un gesto para que me sentara a su lado, así que lo hice. Juntó y abrió sus manos, para que yo pusiera las mías sobre las de ellas.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó ella.
—Por supuesto que quiero casarme contigo —respondí.
Ella me sonrió con ternura, tomó aire, y dijo:
—Alan, te ofrezco mi alma, mi ser y mi vida, por toda la eternidad, para ser tu compañera en esta y todas mis existencias, mientras haya esencia que engendre vida en el Universo.
»Ahora tú.
Tomé aire, algo nervioso, y dije:
—Anâaj, te ofrezco mi ser, mi alma, mi vida... todo lo que fui, soy y seré, mientras exista vida en el Universo.
Anâaj me volvió a sonreír, y yo le di un beso en la boca.
—Ahora sí —dijo ella en voz baja—. Ya estamos casados.
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Gionme Rhuroj
Science FictionAlan es un joven universitario que, por diversas razones, ha tenido problemas en el amor. Sin embargo, una noche conoce a una joven misteriosa que, por coincidencias o el destino, termina volviéndose muy unida a él, y más cuando descubren que no es...