9. La segunda visita

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Un domingo regresé a casa como a eso de las ocho de la noche, después de una larga reunión con algunos compañeros de clase. Decidí darme una ducha, por lo que me dirigí al baño de mi habitación. No me sorprendió ver la luz de la cocina encendida cuando pasaba por ahí, pero sí que Anâaj estuviera ahí dentro bebiéndose una taza de chocolate caliente.

—Hola —dijo ella, para después darle un sorbo a la taza que tenía entre sus manos.

—Hola —contesté—. ¿Desde cuándo estás aquí?

—Desde hace un rato —respondió ella—. Una hora, tal vez.

Yo sonreía como un niño con juguete nuevo. Por otro lado, el rostro de Anâaj era inexpresivo, aunque sereno.

—Se te ha terminado el polvo para preparar chocolate caliente —señaló ella—. Deberías conseguir más.

—Claro —respondí—. Pronto deberé ir de compras.

—También sería lindo que me invitaras a cenar —dijo ella.

La observé por un instante. Sus ojos hipnotizantes de color azul me miraban de hito en hito. Había algo misterioso en ella, extrañamente misterioso, que hacía que me olvidara del resto del mundo. Simplemente, no podía decirle que no.

—Claro —respondí—. Antes voy a darme una ducha, pero vuelvo en un rato.

—Puedo esperar —señaló ella—. Pero no tardes: estoy realmente hambrienta.

Asentí con la cabeza y salí de la cocina con rumbo a mi habitación. Solo en ese momento me pregunté cómo había hecho ella para entrar a mi casa. ¿Podía aparecer de la nada, de la misma forma en la que desaparecía? No le puse demasiada atención a eso y me dispuse a ducharme.

A los pocos minutos regresé a la cocina. Anâaj estaba ocupada comiéndose uno de los duraznos que conseguí días atrás.

—Están deliciosos —señaló ella, un poco apenada, cuando se percató de mi presencia.

—Los compré para ti —contesté.

Ella sonrió y continuó comiendo. Yo me dispuse a preparar la cena.

—No me molestaría recibir un poco de ayuda —dije.

—¿Ayuda...? —balbuceó ella—. No... creo que...

Giré la cabeza y me di cuenta de que ella se había sonrojado. Era la segunda vez que sucedía lo mismo, y realmente me intrigaba la manera en la que ella se comportaba cuando le pedía ayuda.

—Es broma —dije—. Prefiero que solo me acompañes.

Ella asintió ligeramente con la cabeza y continuó comiéndose el durazno.

—Gracias por encargarte de mi ropa —dijo Anâaj—. El otro día pasé por ella.

—¿El otro día? —exclamé—. ¿Cuándo fue eso?

—La semana pasada —respondió ella—. El martes, creo.

—Ahora entiendo por qué desaparecieron varias manzanas que compré —hice un gesto de aprobación a mi propio argumento y continué preparando la cena.

—Sería mejor si tuvieras menos manzanas y más duraznos —aconsejó Anâaj.

—Claro —respondí—. Tomaré en cuenta tu consejo.

—Y no te olvides del polvo para el chocolate caliente —añadió ella.

Di un profundo suspiro, pensando en mi presupuesto mensual. ¿Realmente estaba listo para encargarme de los dos, sin que en algún momento terminara en bancarrota? No lo sabía, pero decidí que debía arriesgarme:

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora