31. Recuerdos

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Pasó un tiempo, poco más de dos meses.

Yo trataba de evitar acercarme a la habitación de Anâaj. Deseaba mantener alejados ciertos recuerdos que me lastimaban. Sin embargo, llegó el día en que tuve que entrar de nuevo a su habitación.

Había decidido realizar una limpieza a toda la casa, más que nada porque Kiyo tuvo algunos accidentes en el transcurso de su curso poco intensivo de conducta dentro de casa.

También me pareció buena idea cambiar algunas cosas que había en las paredes y algunos muebles, esperando poder darle un pequeño cambio a mi casa. El único problema era que no tomé en cuenta que la habitación de Anâaj continuaba unida al resto de la casa.

Pasé un largo rato frente a la puerta, tratando de reunir el valor para abrirla. Trataba de hacer a un lado tantos recuerdos que trataban de desmoronarme, pero era imposible. Al final decidí que, fuera como fuera, debía entrar.

—Cuídame las espaldas —le dije a Kiyo mientras tomaba la perilla.

Abrí la puerta: la habitación estaba igual que como la dejé, aquel triste día en el que Anâaj se despidió de mí para hacer lo que, para ella, era lo correcto. Sin embargo, reconozco que me sentí más tranquilo apenas abrí la puerta.

Comencé a revisar los muebles de la habitación, tratando de buscar alguna basura u objeto inservible que yo pudiera botar al basurero. Sin contar la fina capa de polvo que se había asentado sobre los muebles y el suelo, no logré encontrar basura alguna. Olvidaba que Anâaj fue muy cuidadosa con su espacio personal. Cerré la puerta de la habitación y me dirigí a la mía.

Entré y comencé a reunir todo aquello que ya no me servía: pequeños trozos de papel con recordatorios que nunca recordé; un trozo de un control remoto que me prometí arreglar, años atrás; varios lápices a los que ya no se les podía sacar más punta, debido al uso; dos plumas sin tinta que no recordaba haber usado; y una hoja de papel doblada, debajo de mi cama y en un rincón poco accesible.

Me pareció extraño que esa hoja terminara ahí, tomando en cuenta que yo acostumbraba mantener todos mis documentos en mi estudio. Sin embargo, no podía olvidar que también acostumbraba hacer cosas sin pensarlo. Desdoblé la hoja de papel para ver de qué era.

Apenas leí el primer renglón, sentí que mi cuerpo se estremecía: la hoja estaba escrita con la letra de Anâaj. Esa era, si no me equivocaba, la hoja que ella perdió y que nunca encontró.

La mayoría de lo que estaba escrito ahí me era imposible de entender, ya que estaba escrito en un idioma muy distinto a todos los que yo conocía —seguramente Zshanma, aunque usando alfabeto latino—. Sin embargo, algunos renglones los escribió en español.

Poco a poco comencé a comprender que aquel papel era una especie de hoja de notas, porque había escrito cosas como «Es necesario volver a analizar el efecto de transportación espacial» o «La información respecto al puenteo entre dos cuerpos da muchas incoherencias. Es necesario volver a estructurar el sistema». Pero, la nota que más me sorprendió fue: «No olvidar evitar, a toda costa, que Alan se entere de lo que estoy tratando de hacer. No es necesario, ni prudente, darle más preocupaciones de las que él ya tiene».

Me senté sobre mi cama y traté de comprender qué era lo que Anâaj trató de decir con eso. ¿No era prudente hablarme de lo que hacía? ¿Exactamente qué era lo que ella hacía? Muy cierto: ella nunca me lo dijo. ¿Qué sería eso que ella ocultó con tanto esmero? Ojalá lo supiera, así me evitaría pasar varias horas del día tratando de saber qué iba a ocurrir con mi vida.

Volví a ver la hoja y leí otro párrafo que decía: «Aún no logro encontrar un medio de puenteo entre ambos cuerpos. El porcentaje de éxito es extremadamente bajo: no se debe llevar a cabo el experimento.»

«¿Un experimento?», pensé. «¿Anâaj trabajaba en un experimento?».

Busqué otro párrafo que me diera más información, pero yo no sabía leer en Zshanma latinizado, así que el resto de lo que escribió Anâaj continuaría siendo un misterio para mí.

Me sentía muy frustrado, triste, molesto y cansado; y todo era porque Anâaj ya no estaba aquí, a mi lado. ¿Por qué no la detuve? ¿Por qué no la hice cambiar de parecer? ¿Importaba de algo el cuestionarme al respecto? No; no servía: Anâaj se había ido y no volvería a verla de nuevo.

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y un nudo en la garganta me impidió respirar bien. Hubiera querido ser más fuerte, pero no lo era. Entonces comencé a llorar en silencio.

¿Cómo fue posible que yo, un pobre idiota, terminara conociendo a la persona más maravillosa del Universo? Y ¿por qué la obligaron a separarse de mi lado?

A esas alturas, ya no importaba lo que yo pensaba o quisiera hacer. No había forma de cambiar lo ocurrido, por más difícil que eso fuera para mí.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora