5. Una noche de invierno

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Afuera nevaba intensamente. A decir verdad, llevaba nevando dos días con sus noches. La ciudad casi se había paralizado a causa de la tormenta, y se esperaba que el mal tiempo continuara por lo menos un día más.

El primer día de tormenta lo pasé ocupado con mis deberes de la universidad, pero pronto me desocupé y tuve que buscar algo para pasar el tiempo. Por desgracia, los servicios de cable e internet comenzaron a fallar desde el primer día.

Me iba a disponer a preparar la cena, cuando de improvisto se fue la luz. Como había dejado mi teléfono celular nuevo cargando en mi habitación, casi sin batería, decidí buscar en la alacena algunas velas. Terminé encontrándolas, después de tantear a ciegas por un rato.

Encendí algunas velas y las coloqué en la cocina, la sala, el baño secundario y el pasillo. Como me sobraba una, y ya me encontraba encaminado, fui a dejarla a mi habitación. Puse la vela sobre una base, y esta sobre el buró. Estaba por encenderla, cuando escuché un ligero golpeteo detrás de mí.

El miedo me hizo girar instintivamente hacia el ventanal: alguien se encontraba afuera, del otro lado de los cristales, de rodillas y observando en dirección mía. Volvió a golpetear el cristal, ahora con más insistencia.

Pensé en tantas cosas horribles, en la extensa gama de personalidades que podía tener esa persona; desde un simple ladrón hasta un asesino serial. Por fortuna, la electricidad volvió, y fue entonces que distinguí a la persona desconocida con más detalle: era ella, la joven misteriosa.

Abrí la puerta del ventanal y me arrodillé junto a ella, quien temblaba intensamente. Ella apenas podía mantener los ojos abiertos, su rostro era más pálido de lo normal y estaba completamente empapada de nieve y agua helada.

—¿Qué haces aquí afuera? —exclamé, muy preocupado.

Sé que no era precisamente la mejor pregunta que podía hacerle, pero mi mente estaba demasiado ocupada tratando de entender lo que sucedía.

Ella no respondió, solo se aferró a mí con las pocas fuerzas que le quedaban. Imaginé que había entrado en una etapa crítica de hipotermia. Sabía que no podía perder más tiempo, así que la levanté en brazos y la fui a dejar sobre mi cama.

—¿Puedes escucharme? —pregunté.

Ella asintió como pudo con la cabeza.

—Debo quitarte la ropa —dije—. Necesitas entrar en calor.

Ella hizo el intento de quitarse la camisa que llevaba puesta, pero después se dio por vencida.

—Voy a ayudarte con eso —dije.

Pude ver por un instante que ella abría un poco más los ojos, y que volvía a asentir con debilidad.

La ayudé a desnudarse, y a continuación la envolví con una cobija, evitando así que siguiera perdiendo más calor corporal. Busqué una toalla y traté de secarle el cabello. Corrí hacia el interruptor del aire acondicionado y elevé la temperatura de la casa. Después regresé a mi habitación para cerrar la puerta del ventanal y cubrí a la joven con otra cobija, por si acaso. Tomé otra toalla y seguí secando sus largos cabellos dorados.

Pasados varios minutos pensé en llamar al servicio de emergencias para que la evaluaran; la hipotermia es un asunto muy delicado, y solo un especialista podía hacerse cargo de ella. Tomé mi teléfono celular y comencé a marcar, pero sentí que ella me tomaba del brazo derecho.

—No... —dijo ella con mucha dificultad.

Me acerqué a ella, esperando escucharla con más claridad.

—No llames... —susurró ella.

—Debo llamar a emergencias —dije.

—No —respondió ella.

—¿No quieres ayuda médica? —pregunté.

—No la necesito. No llames... por favor.

Estuve a punto de ignorarla y llamar, pero al final decidí hacerle caso.

—Si no mejoras en la próxima media hora —señalé—, pediré ayuda, ¿entendido?

Ella asintió con la cabeza.

-   -   -

Pasó media hora. Afortunadamente, ella ya no temblaba. Su temperatura corporal ya se encontraba dentro de lo normal, y eso era tranquilizador para mí.

—¿Quieres hacer una llamada? —pregunté.

Ella negó con la cabeza.

—Tu familia debe estar preocupada —dije—. ¿Estás segura de que no quieres llamarles?

—No es necesario —respondió ella.

Decidí no insistir. Tomé el canasto de la ropa sucia y comencé a echar su ropa mojada para llevarla a lavar.

—Tu ropa estará seca en un rato —dije—. No sé qué pueda ofrecerte mientras. Una bata de baño, tal vez.

—La bata está bien —respondió ella.

—¿Quieres beber algo caliente? —pregunté—. Puedo prepararte una taza de chocolate caliente.

Ella frunció el ceño, pero luego asintió lentamente con la cabeza.

—Bien —dije—. Prepararé un poco. Si deseas darte una ducha con agua tibia, puedes usar el baño principal.

—Así estoy bien por ahora —respondió ella.

Asentí en silencio. Tomé una bata que tenía en el baño y se la dejé sobre la cama. Tomé el canasto y salí de la habitación, rumbo a la cocina.

Minutos después regresé con una taza de chocolate caliente. Ella se encontraba sentada sobre la cama, con la bata puesta y peinándose sus largos cabellos dorados.

—Aquí tienes —dije mientras le ofrecía la taza que había preparado.

Ella bebió un poco, y luego bebió un poco más.

—Tal vez debas quedarte —aconsejé.

Ella dio un suspiro, y dijo:

—De todas formas, no tengo a dónde ir.

—Puedes pasar la noche aquí —señalé mi cama, y añadí—: Quédate en mi habitación. Yo me iré a dormir a la sala. Si necesitas algo, lo que sea, avísame.

Ella solo se limitó a asentir lentamente con la cabeza, aunque en ningún momento me dirigió la mirada. Me acerqué al armario, tomé una cobija y una almohada de repuesto, y salí de la habitación.

-   -   -

Más tarde recordé que no me había aseado ni cenado. Tampoco sabía si ella había comido algo, pero seguramente ya dormía y no quería despertarla; tendría que esperar a la mañana siguiente. Me di una ducha rápida en el baño secundario, cené algo ligero y me dispuse a dormir.

Por todo lo ocurrido, no recordé que mi habitación se encontraba en el segundo piso de mi casa, y que era prácticamente imposible escalar por el balcón. Tampoco me cuestioné sobre su rápida recuperación, conociendo el mal estado en el que la encontré.

Ella se había recuperado, y eso era lo único que importaba.

Gionme RhurojDonde viven las historias. Descúbrelo ahora