Capítulo 5: Esa alergia ni existe

6K 586 420
                                    

El agujero clandestino nos sacó a una acera que se hallaba junto a una avenida que conectaba con la carretera al bosque

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El agujero clandestino nos sacó a una acera que se hallaba junto a una avenida que conectaba con la carretera al bosque. Siempre me gustó mirar hacia ese lado, perderme en la inmensidad de los pinos a lo lejos y recordar que no era más que un ser insignificante. Aquella vez no fue la excepción, me servía acordarme de eso y llegar a la conclusión de que el hecho de que mi novia me haya mentido era algo nimio en comparación a la grandeza del mundo. Cuando volví a la realidad, miré hacia el agujero de la reja y vi a Dylan salir a gatas de ahí. El rubio, una vez afuera, admiró lo que lo rodeaba con temor. No necesitaba ser un adivino para darme cuenta de que era la primera vez que hacía una cosa de ese estilo.

Me divertí pensando en que a lo mejor le inquietaba la idea de que alguien, ya fuese un espía o algo así, pudiese vernos caminar afuera de la escuela y nos delatara con Sawyer. Lo que tal vez se traduciría a la primera vez en toda su vida que se metía en broncas. Con ese pensamiento en mente comencé a caminar en dirección a la heladería, Babi fue tras de mí, acelerando el paso para estar a mi nivel. La vi de refilón, fruncí el entrecejo y me concentré en el frente.

—¿Por qué no fuiste a Matemáticas? —me preguntó con reproche.

—No tenía ganas.

Ella mordió su labio inferior.

—¿Quieres reprobar una materia de nuevo? —espetó.

—Me da igual, ¿a ti por qué te importa?

La vi formar puños con ambas manos. En otras circunstancias me habría reído y le hubiera dicho que todo era una broma, pero, como no era el caso, solo continué andando.

—¡Francisco! —gritó ella.

Me detuve en seco, si quería que nos confrontáramos ahí, lo íbamos a hacer. La miré a los ojos, abrí la boca para escupir lo que tenía que decirle, pero me detuve al darme cuenta de que no solo habíamos provocado que los demás se nos quedaran viendo, sino que Dylan comenzó a negar con la cabeza. La atención pronto pasó de nosotros al rubio. Incluso Babi y yo relajamos nuestra postura. Trevor soltó a su novia, se acercó a Dylan y chasqueó los dedos delante de él.

—Despierta, hombre —le dijo con firmeza.

El rubio tomó una larga bocanada de aire y observó al vato fornido que tenía enfrente. Trevor hizo el ademán de colocar una mano en su hombro, aunque se detuvo. No tengo idea de cómo, pero adivinó lo importante que era su espacio personal. Para sorpresa mía y de Babi, Sandy se acercó a Dylan también y se le acomodó a un costado.

—Eres de Nueva York, ¿no? —le preguntó la pelirroja, mantuvo su distancia, tal y como lo hacía su novio.

Dylan asintió y comenzó a caminar con los dos a su lado, tal vez sintiéndose, de una manera extraña, respaldado, no lo sé, siempre me costó ver a través de él. Entre tanto, Babi y yo nos miramos con estupor; no había necesidad de que lo dijéramos, estábamos pensando lo mismo: o fingían ser buenas personas con Dylan para jugarle una mala broma, o en realidad ellos estaban haciendo un experimento social.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora