Capítulo 28: Conflictos que nadie quiere enfrentar

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La impresión fue tanta que por poco y tiro mi plato con todo y comida

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La impresión fue tanta que por poco y tiro mi plato con todo y comida. Entonces el viejo no jugaba conmigo y lo decía en serio, pero no me cabía en la cabeza que algo así pudiera ocurrir.

—Él no irá a la universidad y aunque aparente que no le importa, no se le ve muy contento con eso. Quizás un viaje a México lo motive. Además, él nació aquí, puede ir y venir cuando quiera —concluyó el anciano.

Era peor de lo que pensaba ocultando mis sentimientos, pues él logró saber eso a pesar de que jamás se lo mencioné.

—¿No solo quieres irte a México, sino que vas a llevarte a mi hijo? —preguntó con indignación mamá.

—No se lo he propuesto, pero estoy seguro de que querrá acompañarme. —El viejo encogió los hombros.

Tendría que despedirme de la idea de mantenerme al margen de esa discusión. Y en mí quedaba la alternativa de decirle que no quería ir a México, pues era obvio que eso no le gustaba a mi progenitora, sin embargo, sería negarme la posibilidad de conocer otro país antes de ponerme a trabajar de algo que no me llenaría el resto de mi vida.

—Dejemos ese tema. Todavía podemos pensarlo —intervino mi progenitor.

Pobre, no iba a tener éxito callando a esas tres fieras.

—¿Papá, de verdad esa charla en la universidad es tan importante? —lo cuestionó Aidée—. Cuando fue el 50 aniversario no quisiste ir a una, ¿por qué ahora sí?

Mamá se volvió a su padre y lo miró, sorprendida e indignada. El viejo solo bajó la cabeza, también lo atraparon.

—¿Y esa amiga quién es? —presionó mi progenitora.

—Ya les dije que me encontré a Bianca Valeria, les hablé antes de ella, fue la novia de mi amigo Joel —volvió a mentir.

—A ver, no creo que ella sea tan importante. La única mujer que te interesaría tanto como para hacer esa locura es la tal Ana Valenzuela, de la que nunca dejaste de estar obsesionado —lo atacó Aidée. Cubrió su boca con una mano, mientras señalaba a su padre con la otra.

Cuando vi a mi mamá levantarse del sillón, dejé mi plato en el mueble más cercano y me preparé para huir a mi habitación, pero las piernas no me respondían.

—¡¿Es por esa mujer, papá?! —Mi progenitora echó sus cabellos hacia atrás—. ¡¿No te bastó haber arruinado tu matrimonio?!, ¡¿o que nosotras creciéramos conscientes de que no éramos más que un error tuyo?!

—¡Nuestra madre se murió sabiendo que tú jamás la amaste como a esa mujer! —Aidée también se levantó, formó puños y escrutó al anciano—. ¡Nunca fuimos suficiente para ti!

—¡No es eso! —intentó defenderse, aunque era evidente que no tenía fuerzas.

—¡Y por verla a ella te quieres llevar a mi hijo a otro país! —prosiguió mamá con la misma dureza.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora