Capítulo 22: El perfecto pendejo que está en todo

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—¡Frank ve por él, no te quedes aquí ardiendo en celos! —me instó Sandy, quien me escrutaba con las manos alrededor de la cintura

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—¡Frank ve por él, no te quedes aquí ardiendo en celos! —me instó Sandy, quien me escrutaba con las manos alrededor de la cintura.

—Ella tiene razón, deberías alcanzarlo en una romántica escena —vaciló Trevor, se separó de su novia y ladeó la cabeza.

Puse una mano en el pasto, arranqué hierba y se la arrojé en la cara al atleta.

—¿Y qué todo mundo se entere de que somos novios y me echen de mi casa? —reclamé, crucé los brazos y miré con fastidio a Babi caminar junto a Dylan en dirección a la biblioteca—. No entiendo, ¿por qué a ella sí le habló?

—Porque su hiperfijación ahora es ayudarla —contestó Trevor, dejando su aire bromista—. Y tú tampoco haces mucho para despertar su interés.

—¡Hago lo que puedo! —exclamé con desesperación.

—Sí, pero en plan de amigos. —Sandy bloqueó el aparato—. Estamos en la escuela casi todo el puto día, así que pierdes tiempo aparentando que no son novios y los momentos en los que te comportas como uno son pocos.

—Sí, pero...

—¡Deja de poner excusas! —me gritó ella para interrumpirme—. No te lo dije el sábado, pero si quieres que Dylan te trate como un novio en la escuela, trátalo de esa forma.

—Yo entiendo tu punto, aunque hay que tomar en cuenta que Frank tiene una situación complicada —intervino Trevor.

—¿Y crees que Dylan no se esfuerza? —Ella cruzó los brazos e hizo un mohín—. Hablé con Babi después de lo del sábado y me di cuenta de que tiene el mismo problema que tú: los dos prefieren poner excusas en lugar de enfrentarse a las cosas. Si te sientes mal con la forma en la que trata a Babi, díselo.

Sentía hormigas caminar por mi anatomía; desde la coronilla hasta el dedo gordo del pie. Detestaba toda la situación y también que se me diera por pensar que yo era la parte comprensiva de este drama, cuando para el resto no era así.

—Tienes razón, Sandy —susurré.

¡Odié tanto decirlo, hasta me quedó un regusto amargo en la boca!

—¡Debí haber grabado este momento! —exclamó Trevor.

Le mostré el dedo de en medio, al mismo tiempo que hacía una mueca. Antes de que él reaccionara, salté del pasto y comencé una carrera hasta la biblioteca. No tenía idea de qué haría en cuanto tuviese enfrente a Dylan. Solo sabía que quería estar con mi güero, aun en completo silencio, y si para sentirlo cerca tendría que enfrentar mis miedos lo haría, porque quería disfrutar de ese noviazgo, el último que viviría como estudiante y por el que tanto sufrí.

Llegué a la biblioteca jadeando, aunque no me detuve, solo desaceleré. Por dentro era silencioso, no había muchas personas, pero las pocas que estaban ahí se hallaban leyendo o hablándose a susurros. Me moví hasta la parte trasera. Ahí, en un cubículo hecho a base de libreros, se hallaban Dylan y Babi sentados en el suelo. Los dos tenían audífonos puestos, me imaginé que quizá escuchaban el mismo documental en silencio, sin verse y tocarse, solo estando juntos. ¿Se podría considerar a eso interactuar? Yo tenía otro concepto, pero mi forma de ver el mundo no era absoluta.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora