Capítulo 6: Las cosas de cada familia

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Gracias a la charla que tuve con Dylan, reflexioné el fin de semana entero sobre las cosas que me apasionaba hacer

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Gracias a la charla que tuve con Dylan, reflexioné el fin de semana entero sobre las cosas que me apasionaba hacer. Y solo pude llegar a la conclusión de que no había algo que me definiera, sino un montón de actividades que no tenían relación. Cuando era niño me divertía leyendo lo que mi hermano Andrés trajera de lectura obligatoria de la escuela. Recuerdo que de todo lo que leí el libro que más me gustó fue Oliver Twist, más que nada por el cursi tópico de la familia encontrada y el huérfano que de golpe descubría que poseía una fortuna.

No tienen idea de con cuánto fervor esperaba que algo así me sucediera.

Una vez llegué a secundaria, perdí el hábito de la lectura. Y me enfoqué en aprender a tocar guitarra, interpretaba con decencia algunas canciones, pero terminé cansándome de no llegar a destacar. De modo que lo dejé un poco para dedicarme a andar en patineta; solo dominé algunos trucos básicos y casi lo logro con unos más complejos. También intenté jugar soccer con el equipo de la colonia, no lo hacía mal, pero tampoco era bueno y me quedaba en la banca esperando a que tuviera que reemplazar a alguien.

Y así se me pasaban los años, los meses, las semanas y los días; moviéndome de una actividad a otra cuando se me diera la gana hacerlo.

Nunca me preocupé por encontrar en qué tenía talento o cuál era mi vocación, creía que esas preguntas solo se las hacían aquellos que irían a la universidad y que tendrían que decidir qué estudiarían. En mi caso no era así; si un día me aburría de ser dependiente de un acuario, podría ser mesero, conserje, intentar meterme al ejército, aprender a ser jardinero o trabajar en una fábrica como mi padre.

La obsesión por darle vueltas al asunto de los pasatiempos y la vocación llegó al grado de poseer casi todos mis pensamientos. Creo que fue por eso por lo que se me olvidó que las cosas no estaban bien con mi novia. Por eso, cuando me encontraba en el autobús para ir a la escuela, anduve hasta el asiento en el que ella estaba. Tuve que reaccionar rápido y sentarme de un golpe porque el vehículo se puso en marcha. Babi miraba a la ventana en silencio y mantenía una expresión cansada. Coloqué las manos en mi regazo y estrujé la tela de mis pantalones. Me odiaba por darle tantas vueltas a una charla pendeja y no a buscar el discurso ideal para hablar sobre nuestra relación.

—Tienes derecho a estar molesto conmigo, te mentí varias veces —mencionó Babi de repente, no quitó la mirada de la ventana—. No pienses mal, no es la gran cosa, es solo que no tenía idea de cómo explicártelo.

—Llevaste a Dylan a tu casa y luego el sábado fueron juntos a una tienda de peces, más allá del hecho de que hayas conducido, no hay nada raro, ¿por qué sería tan difícil de explicar? —Hice el esfuerzo por no sonar rudo, continuaba con el malestar, sin embargo, no iba a volver más incómodo el asunto.

—Es que me cuesta decírtelo —se despegó del vidrio y buscó mis ojos con los suyos.

—¿Qué más hay en todo esto?

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora