Capítulo 10: No hay nada extraño en nada

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El castigo que recibí no fue grave, solo me prohibieron las salidas durante un mes y tuve que soportar el sermón de mamá sobre lo peligroso que fue para su situación migratoria lo que sucedió

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El castigo que recibí no fue grave, solo me prohibieron las salidas durante un mes y tuve que soportar el sermón de mamá sobre lo peligroso que fue para su situación migratoria lo que sucedió. Eso logró calar en mí; era cierto que un escándalo de ese tipo pudo haber escalado hasta tener que meter a la policía, lo que hubiera puesto a mis padres en riesgo de ser deportados al ser ambos indocumentados.

Babi no fue a la escuela al día siguiente y no quise preguntarle el motivo, era evidente. Me tocó inventar un chingo de absurdos para justificar la razón de su ausencia al resto del grupo, por suerte, no preguntaron nada que nos comprometiera a ambos. Sabía que el único que tenía conocimiento del secreto de mi novia era Dylan y me cuestioné buena parte de la jornada escolar si debía contarle lo que pasó. Quise decírselo cuando estábamos solos en el salón de Química, ya que habíamos exagerado con la puntualidad. Sin embargo, lo primero que hizo fue sacar un montón de papeles y comenzar a leerlos para después tachar algo y borrarlo.

—¿Qué haces, güero? —le pregunté, enfoqué mi atención en sus hojas y alcancé a leer de soslayo que se trataba de un cuestionario de Historia.

—No pude terminar estos ejercicios y me dieron hasta fin del día para entregarlos —dijo sin despegar la vista de ellos—, es mucha información y no quiero reprobar.

Fruncí los labios, no comprendía como Dylan podía resolver con facilidad ejercicios de Química y a la vez complicarse la vida con unas simples preguntas así.

—Dámelo, yo lo resuelvo por ti —dije, al tiempo que colocaba una mano sobre sus papeles.

—Eso sería trampa y también injusto.

—Si yo los hago por ti, tú haces mis ejercicios de Química, ¿vale?

Él me los pasó, resignado. Tomé su lápiz, comencé a leer las preguntas y a responder con lo que había aprendido el año anterior. Lo que me encantaba de ese tipo de materias era que para tener los resultados bastaba con prestar atención y recordar, además de que las respuestas eran seguras. Cuando se trataba de Ciencias básicas como Matemáticas, Física o Química, no te quedaba más que confiar en que hubieses hecho bien el procedimiento.

Terminé el cuestionario antes de que la Señorita Brooks llegara, lo cual era un récord.

—¿Eres una especie de genio? —preguntó Dylan, sorprendido.

Esperé a que se riera para yo hacer lo mismo, pero no sucedió, lo que quería decir que lo había dicho en serio, cosa que me causó todavía más gracia.

—Güero, se supone que tú eres el genio —respondí mientras lo señalaba—, digo, leí que las personas como tú eran una especie de eruditos incomprendidos.

Él apretó el tabique de su nariz, cerró los ojos y soltó un quejido.

—Luego de una serie de pruebas se confirmó que mi inteligencia era promedio. Es un mito estúpido, no somos todos listos. No soy Sheldon Cooper o la abogada coreana.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora