Capítulo 13: Rompecabezas existencialistas

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Babi ya no era mi novia, Dylan había decidido ligársela y yo, yo no podía alejarme de ellos para que hicieran lo que quisieran

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Babi ya no era mi novia, Dylan había decidido ligársela y yo, yo no podía alejarme de ellos para que hicieran lo que quisieran. No era mi intención arruinar la rutina que ya había armado el güero en la que mi presencia se incluía y a su vez hacerle pensar que hizo algo malo. Lo más duro era la hora del almuerzo; me entretenía jugando ajedrez mientras comía, aunque a veces miraba de soslayo a Dylan y a Babi, y los escuchaba conversar de cosas relacionadas con el comité o de documentales sobre crímenes sin resolver. Observar esas interacciones hizo que me convenciera de que la combinación que hacían ambos no era un absurdo.

Me deprimía, enfurecía y a la vez me alegraba, puede que Liam Potts sintiese lo mismo cuando me veía con Babi y no tienen idea de cuánto me cagó empatizar con ese perfectísimo pendejo.

Para lidiar con esa sensación me propuse poner distancia con Dylan. Me valdría por mi cuenta en Química, cuando él viniera a mi trabajo me pondría a ordenar lo que fuese y en el gimnasio me limitaría a saludar y despedirme. No obstante, aunque todos los días iba con la misma meta, me fue imposible responderle con monosílabos cuando se me acercaba a hablarme de lo bien que se había adaptado el pez a su pecera o de lo mucho que le intrigó cierta nota sobre un crimen sin resolver.

Pero mi punto más bajo llegó cuando se le ocurrió regalarme un cubo Rubik desarmado antes de irme del gimnasio.

—¿Y esto para qué? —pregunté mientras lo observaba con estupor.

Él lo puso sobre mi mano y nuestras pieles volvieron a rozarse, lo que incrementó mi nerviosismo.

—Debes entrenar tu plasticidad cerebral. —Dylan metió las manos en las buchacas de su chaqueta y sopló hacia arriba para quitarse el cabello de los ojos.

—¿Estás diciendo que soy pendejo? —pregunté con indignación, guardé el cubo dentro de mi maleta del gimnasio y continué andando hasta donde estacioné mi motocicleta.

Él aceleró el paso para alcanzarme.

—Al contrario, lo hago porque las personas con altas capacidades deben entrenarlas.

Nos detuvimos delante de mi vehículo, abrí el maletero para guardar mi mochila y me volví a él.

—Güero, reprobé Química el año pasado y a duras penas aprobé las demás materias. —Crucé los brazos y alcé el mentón—. Tiene más coherencia mi primera hipótesis de que soy pendejo.

—Creo que es al revés. —Sonrió, como si eso me hiciese sentir mejor y no empeorara mis deseos de alejarme para dejar de pensar en lo mucho que su presencia me alteraba—. ¿Y no me vas a agradecer por el regalo?

—Gracias por tener fe en mis neuronas perezosas —farfullé mientras le daba la espalda, después estiré la mano para tomar el casco y me lo coloqué.

—¿Quieres venir a mi casa a ver un documental? —preguntó de repente.

Di un respingo y mordí mi labio inferior.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora