Capítulo 27: Algunas mujeres me dan miedo

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Dylan me contó que Arthur y Natasha quizá se irían de vacaciones durante una semana para celebrar su aniversario; el plan era que ellos se marcharan un sábado por la mañana y volvieran al siguiente

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Dylan me contó que Arthur y Natasha quizá se irían de vacaciones durante una semana para celebrar su aniversario; el plan era que ellos se marcharan un sábado por la mañana y volvieran al siguiente. Lo primero que se me ocurrió fue invitarlo a quedarse en mi casa, pues ese «quizá» probablemente se debía a que no sabían si sería correcto dejar a un autista de dieciséis años sin supervisión. Sin embargo, a mi mente llegó la idea de que los dos podríamos aprovechar el fin de semana que la casa se encontraría sola para poder hacernos de la privacidad que casi nunca teníamos. Ya el resto de los días estaríamos en la mía.

Como continuaba motivándome a tratar mi noviazgo con Dylan igual a cualquier otro, se lo sugerí a pesar de mi nerviosismo, pues muchas cosas podrían suceder y no sabía si estábamos listos.

—¡Qué buena idea! —expresó mi güero, al tiempo que daba media vuelta y caminaba en reversa.

Nos encontrábamos andando por un pasillo de la escuela. Él iría a clase de Física, yo a Matemáticas. Aún continuaban incomodándome las miradas curiosas de nuestros compañeros cada que nos encontrábamos juntos, pero al menos el temor de que la noticia llegara a oídos de mis padres se diluyó.

—Aunque dudo que mi tío abuelo acepte —puso una mano bajo su barbilla—. Frank, vas a tener que mentirle.

—Se lo tienes que decir tú, así será más verosímil. —Paré mis pasos, habíamos arribado al salón en el que tomaría su clase.

Él también detuvo su andar. Era todavía temprano y aún no llegaban personas.

—¿Y qué le digo? —Ladeó la cabeza.

—Miéntele diciendo que estarás todos esos días que ellos no estén en mi casa, bajo la supervisión de mi familia.

—De acuerdo —musitó con clara ansiedad—, pero estarás presente cuando se lo diga en caso de que la cague.

—No es tan difícil. —Resoplé.

El cuento que el güero le soltó a Arthur funcionó mejor de lo que esperaba, tanto así que ni siquiera tuve la necesidad de intervenir. Fue al grano, sin dar detalles y solo soltando más información cuando se lo preguntaron. Quise felicitarlo una vez nos alejamos de la oficina de dirección, pero al ver que tenía una expresión angustiada y no dejaba de moverse, lo comprendí todo: no estaba hecho para mentir a ese nivel. Y el que lo haya logrado no tenía que ponerme orgulloso. En realidad, nadie debería enorgullecerse por saber manipular a otros a través de las palabras.

Lo curioso del asunto fue que a mis padres solo tuve que soltarles una verdad ligeramente modificada. Les dije que pasaría el fin de semana con Dylan y que el domingo por la tarde llegaríamos los dos a la casa, pues su tío abuelo y su esposa se marcharían por varios días; y él se quedaría con nosotros hasta que regresaran. Nadie me cuestionó. Supuse que fue porque, a pesar de que nunca les comenté que Dylan era autista, ellos notaron algo y asumieron que con él no podría hacer cosas como ponerme a beber sin control, fumar marihuana, meterme LSD o pintar paredes ajenas con grafitis que dijeran: «¡Muérete!».

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora