Capítulo 16: Mala influencia

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Puse las manos en la nuca de Dylan, al tiempo que le plantaba un beso lascivo en los labios

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Puse las manos en la nuca de Dylan, al tiempo que le plantaba un beso lascivo en los labios. Me moví a su mejilla, bajé a su cuello y lo escuché suspirar. Acomodé las manos debajo de su camiseta y sonreí con picardía cuando repasé el progreso que hizo en el gimnasio. Aquello estaba mal, pero me había resistido por tanto tiempo a mis deseos que desecharía ese pensamiento. No tenía de que preocuparme, no era como si mis padres o su tío abuelo pudiesen aparecerse de la nada en esa cabaña, además, Babi dormía en un sillón.

El sonido de mi celular nos interrumpió. Quise ignorarlo, pero este no dejaba de vibrar en mi buchaca. Maldije por lo bajo, necesitaba regresar a lo nuestro, no obstante, cuando volví a mirar al frente, me di cuenta de que Dylan desapareció. De hecho, todo el salón se esfumó y ahora estaba dentro de un cuarto blanco en total soledad, mientras mi teléfono no dejaba de fastidiarme. Harto, saqué el celular y, sin fijarme en el remitente, este dijo:

—Sé lo que estabas haciendo.

Era la voz del viejo.

Mi respiración se agitó y también mi pecho comenzó a arder. Cerré los ojos con fuerza, tiré de mis cabellos, tomé una gran bocanada de aire y me preparé para morir. Sin embargo, alcancé a despertar antes de que eso sucediera. Me senté con brusquedad en la cama, pasé las manos por mi rostro sudoroso y después sacudí la cabeza para sacarme todo rastro de esa pesadilla. Una vez recobré consciencia, me di cuenta de que mi teléfono sí estaba sonando y que este me salvó de concluir esa fantasía.

Estiré la mano para tomar el teléfono, la hora marcaba las seis de la mañana. Miré al remitente: era Dylan. Tragué saliva y recordé mi promesa de alejarme de él. Llevaba unos días cumpliéndolo de manera estricta, ya no me sentaba con el grupo en la cafetería, mientras en el gimnasio y en mi trabajo apenas le hablaba. Al parecer Dylan lo comprendió sin que yo se lo dijera, de modo que ya no hacía muchos esfuerzos por acercárseme. Además, ya era novio de Babi, tenía cosas más importantes de las cuales preocuparse. Fue por eso por lo que no comprendía por qué me marcaba a esa hora.

—¿Todo bien? —le pregunté, al tiempo que bostezaba.

Puse al altavoz y dejé el teléfono sobre mis cobijas.

—¿Me odias? —soltó de repente, lo oí suspirar del otro lado.

Tenía ganas de gritarle algo como: «¡Sí! ¡A ti y todo lo que me haces sentir!».

Pero me contuve.

—No, ¿y tú a mí? —Me arrastré hasta la orilla de mi cama.

—Frank, te necesito.

«¡Y yo también a ti!».

—Es que eres mi mejor amigo —completó.

Por poco arrojo el teléfono contra la pared.

—Y me daba miedo que estuvieras molesto conmigo, por eso te llamé para preguntártelo.

Suspiré largo, solo el chico que cultivaba arrecifes podía pensar que sería buena idea arreglarlo todo con una llamada a las seis de la mañana en pleno descanso de Día de Acción de Gracias.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora