Capítulo 17: El efecto Friedman

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Dylan Friedman podía ser cruel y puede que no lo hiciera a propósito, pues incluso pudo detenerme

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Dylan Friedman podía ser cruel y puede que no lo hiciera a propósito, pues incluso pudo detenerme. Aunque eso no quitaba que su rechazo se sintiera como recibir un puñetazo en las bolas y después un balazo en el pecho. Tras esa caótica cena de Día de Acción de Gracias, estaba seguro de que odiaba comer arándanos, que no volvería a celebrar jamás una fiesta de ese tipo y también que conforme pasaba el tiempo perdía grados de cordura.

Pensaba en todo eso mientras comía un enorme plato de cereal. No estaba solo, el viejo miraba la tele en la sala y mi hermano Julio —que vino de visita desde Boston—, tecleaba algo en su teléfono. Al anciano le gustaba ver películas mexicanas del siglo pasado y yo a momentos miraba de refilón la pantalla.

—¿Y ese milagro que sigas aquí? —me preguntó Julio, bloqueó el celular y lo colocó boca abajo en la mesa.

—¿De qué hablas? —Alcé el mentón y solté la cuchara.

—La última vez que vine, apenas me saludaste y luego te fuiste a ver a tu novia. —Él colocó una mano bajo su barbilla y clavó sus ojos castaños en los míos—. Es domingo por la tarde y no sería muy raro que estuvieses aquí, si no tuvieras esa cara de agonía.

Solté un largo suspiro, no pensé que mi decadencia llegara al grado de ser evidente.

—No molestes a tu hermano, sufre de mal de amores —atinó a responder el viejo desde el sillón.

—¡No es cierto! —exclamé, al tiempo que cubría mi rostro con las palmas.

—¿Algo de lo que quieras hablar? —Julio esbozó una sonrisa y apoyó los dedos en mi hombro—. Siempre fui el mejor dando consejos románticos.

—Porque todas tus soluciones implicaban «sacar un clavo con otro» —repliqué hostil, apoyé la frente en la mesa y lo miré desde ahí—, o llegar con un ramo de flores a casa de la susodicha para pedirle una disculpa por la cagada.

Julio soltó una risita. De los cinco era el mayor con casi veintinueve años y, pese a no ser el más atractivo, —ese puesto lo tenía Andrés, que se hallaba justo en el medio—, siempre fue el que salió con más chicas.

—Julio, Francisco no la cagó con su novia, ella lo dejó hace meses. Más bien tiene un amor no correspondido —volvió a interrumpir el viejo.

Me incorporé con rapidez y sacudí la cabeza.

—¿Cómo sabes eso? —le pregunté con estupor.

Me embargó el temor de que el abuelo supiera que Dylan era la persona en cuestión. Sería lo que acabaría por destruir mi vida.

—Conozco los síntomas del amor no correspondido, me tocó consolar hace varios años a un amigo que lo sufría —relató con nostalgia, suavizando su expresión severa—. Te diré lo mismo que le aconsejé a Joel: solo dile lo que sientes, y si te rechaza, siempre puedes emborracharte. De seguro tu amigo, el gringo, acepta acompañarte por unas cervezas.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora