Capítulo 8: La paciencia y la coordinación son finitas

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Era como un delincuente atrapado a mitad de un crimen terrible

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Era como un delincuente atrapado a mitad de un crimen terrible. Me volví con celeridad hacia ella, y me llegó de repente el recuerdo de que justo por la sorpresa que iba a darle no le conté lo que sucedió el fin de semana con la motocicleta.

Babi se paró junto al vehículo, cruzó los brazos y me escrutó.

—Y tú tampoco me habías dicho que ya no te importaba eso del contacto físico. —Ella se volvió a Dylan, quien, luego de quitarse el casco, se sacudía los cabellos y dejaba al descubierto sus ojos—, ¿algo qué me quieran decir? —Nos retó a ambos

Con torpeza me bajé del vehículo para acercarme a Babi, quise darle un beso con el objetivo de mermar la tensión, sin embargo, no funcionó, pues quitó el rostro.

—Me sorprendieron el sábado con que ya la habían reparado —expliqué, su reacción me confundía, aun así, tomé su mano. Esta vez Babi lo permitió y entrelazó sus dedos con los míos—. Y si no te conté fue porque quería sorprenderte, además, apenas y me respondes cuando te escribo.

No fue mi intención decirlo de ese modo, aunque fuera verdad. A pesar de que habíamos arreglado nuestras diferencias y ya entendía el motivo de su estado anímico, no podía fingir que la relación no se sentía distante.

—Lo hago porque prefiero abrazarme a Frank en lugar de caerme a mitad de camino, quedar inconsciente y que me atropelle un autobús —mencionó Dylan.

—Güero, tienes una imaginación bien turbia —expresé con sorna.

Babi tomó una gran bocanada de aire y después vació de a poco sus pulmones. Dylan se paró a mi lado, y yo miré de soslayo su perfil; sin quererlo, me enfoqué en sus labios entreabiertos y en los mechones dorados que se agitaban con el viento de un verano que estaba por terminar.

—Solo fue por esta ocasión, Dylan no tenía quien lo llevara hoy —expliqué para desviar mis pensamientos—, si quieres, mañana voy por ti como siempre.

—Preferiría venir y regresar sola. —Soltó mi mano y aceleró el paso, haciendo crujir a las hojas secas bajo nuestros pies—. A ustedes les acomoda más viajar juntos porque no viven tan lejos. No se preocupen.

No la comprendía. Entre Dylan y Babi estaban poniendo a prueba mi tolerancia. Lo peor era que debía mantenerla para no ser una mierda, pues ambos tenían razones válidas.

—Babi, ¿entonces por qué te enojaste? —Corrí hasta rebasarla y me le puse delante—. Pensé que te urgía dejar de tomar el autobús.

Ella comenzó a jugar con su cabello. De refilón volteé a ver a Dylan y me di cuenta de que aferraba los dedos a la correa de su mochila, lo habíamos indispuesto.

—No hagas las cosas más grandes, Frank, ni siquiera estaba enojada.

—Mejor ni me esfuerzo en comprenderte —espeté al tiempo que daba una media vuelta—. Hablamos a la hora del almuerzo.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora