Capítulo 25: Malos padres

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Casi me atraganto con mi cerveza, no esperaba haber acertado

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Casi me atraganto con mi cerveza, no esperaba haber acertado. Aunque no iba a regodearme en ello, no se sentía bien para nada.

—¿Cómo?, ¿quién? —preguntó con ansiedad Dylan. Tras esto, le dio un sorbo a su lata.

—Es Jeff, el amigo de mis padres. —Ella bajó la cabeza y se enfocó en su cerveza—. Estoy enojada. Tuvo montones de oportunidades de decírmelo y eligió no hacerlo.

—¿Y le cuestionaste sus razones? —el güero continuó con el interrogatorio.

—Me explicó que lo hizo porque temía que lo odiara por ser un padre terrible —le dio un último sorbo a su lata y después la estrujó entre sus manos—. No es lindo enterarte de que tu padre optó por abandonarte cuando las cosas se pusieron difíciles...

—Jeff hizo lo mismo que Joe —interrumpió Dylan—, aunque al menos el tuyo intentó estar ahí para ti y no se limitó a mandarte dinero.

—Sí, pero él me mintió en la cara más de una vez —replicó ella con dolor.

—Y él mío no me engañó porque pensó que no sería necesario. —Mi güero comenzó a tamborilear con los dedos en la acera—. Babi, lo que hizo Jeff no está bien, pero tú lo acabas de decir: no podemos hacer solo cosas buenas, eso sería inhumano.

Estaba de más en esa conversación. Si bien mi padre se encontraba ausente la mayoría del tiempo y me hartaba lo pusilánime que era, no había punto de comparación entre sus vivencias y las mías.

—Eso no quita el hecho de que esté molesta. —Babi alzó los brazos y comenzó a agitarlos—. Tengo un padre horrible.

Dylan se levantó y empezó a caminar en círculos por la acera con la mano bajo la barbilla.

—Vamos a ver a Joe, te mostraré quién es en verdad un padre terrible —dijo él sin detenerse.

Babi y yo nos observamos, perplejos. Sonaba a un mal chiste.

—Mi psicóloga dice que compartir experiencias similares ayuda a reconfortar a otros —concluyó él.

—No estás hablando en serio, ¿o sí? —pregunté con estupor.

—¿Por qué bromearía? —respondió.

—Dylan, ¿cómo vamos a llegar hasta allá? —añadió una estupefacta Babi.

—Sabes conducir, mañana no tenemos clases y Joe no vive tan lejos, su casa está a un par de horas de aquí.

—Güero, te quiero, pero no chingues, es un absurdo —espeté.

—La gente ya ve todo lo relacionado conmigo como un absurdo, y ustedes dos estos meses se han portado de esa forma —dijo mientras volvía a acomodarse el cabello—, ¿qué es sumarle otra tontería más?

Babi acercó el pulgar a su boca, meditando la situación.

—Dylan, es una reverenda estupidez lo que propones. —Ella se levantó de la acera y sacudió sus pantalones—. Pero necesito irme un rato de esta puta ciudad si no quiero enloquecer. Así que estoy dentro.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora