Capítulo 30: Una tumba lista para mí

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Volvimos a besarnos, y fue tan largo y profundo que tuvimos que detenernos cuando nos faltó el aire

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Volvimos a besarnos, y fue tan largo y profundo que tuvimos que detenernos cuando nos faltó el aire. Miré a la entrada por inercia y casi me caigo del banco al ver que Eleonor se encontraba dentro de la habitación. Ella tenía la espalda apoyada en la puerta, los brazos cruzados y nos contemplaba con un semblante severo.

—Veo que te sientes mejor —mencionó, dirigiéndose a su hijo.

Los dos nos separamos como si tuviésemos la peste, aunque Dylan dejó de lado el instinto de supervivencia y sujetó con fuerza mi mano. Lo peor de todo fue que yo no la retiré.

—Según el doctor, mañana pueden darte de alta —prosiguió ella—. El riesgo ya pasó y estarás mejor descansando en un ambiente menos estresante.

La respuesta me sorprendió y a la vez sirvió para sacarme del vahído. Me acababa de encontrar besando a Dylan, y, de acuerdo con el patrón que tracé sobre su comportamiento, Eleonor tendría que comenzar a tirarme reclamos por aprovecharme de su hijo.

—No creo que la habitación de tu hotel sea una buena opción —dijo Dylan—, y no voy a permitir que Arthur y Natasha detengan sus vacaciones tan rápido.

—¿Y si voy a cuidarte a casa de mis tíos? —propuso, era demasiado flexible para ser la mujer que conocía.

Dylan negó con la cabeza.

—No me gustaría que vinieras, tienes que hacerte cargo de Nick.

Él desvió su atención hacia mí y, tras unos segundos escrutándome, chasqueó los dedos.

—Puedo quedarme en su casa un par de días —me señaló—, está su madre, su tía, y también su abuelo, sé que a los tres les agrado.

«¡¿La reacción alérgica se te fue al cerebro o qué?!»

Eleonor y yo nos miramos, sorprendidos. Abrí la boca para refutar, pero nada salió de ahí. En lugar de formular una respuesta coherente, mi mente se puso a trabajar en encontrarle sentido a la propuesta de Dylan. Y lo peor es que lo logró. Él no perdía nada sacando esa opción; estaba en el hospital, su madre lo vio dos veces besándome y de seguro ya ambos hablaron sobre eso. Ninguna otra cosa podría empeorar la situación. Además, no sabía lo que sucedió en mi casa y no se lo contaría, debía arreglar esa mierda solo.

Eleonor despegó la espalda de la puerta y se acercó a la cama. Me preparé para recibir su comentario hostil, tachándome de abusador; así como me repetí que no debía insultarla otra vez.

—¿Tu casa es grande? —me preguntó ella.

La observé con estupor. Se sentía tan surreal.

—Tiene dos pisos y aunque no hay habitaciones libres, mi cuarto es suficiente, yo puedo dormir en el sillón —respondí, haciendo un esfuerzo para no titubear.

—De acuerdo, serán nada más un par de días en lo que mis tíos vuelven —suspiró ella, todavía no muy convencida—, pero prométeme que responderás todas mis llamadas. —Señaló a su hijo.

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora