Capítulo 33: Las consecuencias de ser valiente

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Para no hacerles el cuento largo explicando ese primer juego de forma técnica y detallada —porque de seguro los voy a aburrir— lo resumiré en que Simon perdió contra mí de la manera más pendeja posible

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Para no hacerles el cuento largo explicando ese primer juego de forma técnica y detallada —porque de seguro los voy a aburrir— lo resumiré en que Simon perdió contra mí de la manera más pendeja posible. Él acató mi indicación de no generar expectativas y por lo mismo se confió. De ahí que no me emocionara, pues yo sí me tomé en serio el juego.

—¿Cuánto pasó desde la última vez que alguien te derrotó? —Eleonor le preguntó a Simon, estaba impresionada.

—Dos años —respondió él, todavía anonadado.

—Te dije que tenías oportunidad. —Dylan me dio un leve golpe en el hombro.

Simon volvió a ordenar las piezas y yo hice lo mismo. Ninguno estaba conforme con el resultado e íbamos a intentarlo de nuevo. Continuaba avergonzado, aunque era más mi necedad de competir en algo que me gustaba. Esa segunda partida duró más tiempo, pero Simon resultó ganador luego de haber hecho mucho esfuerzos. Me quedó claro durante ese juego que era más que un simple aficionado y que hacía más que mover piezas por mera lógica como yo.

—Juguemos de nuevo —le pedí.

Él me dedicó una sonrisa ladina. ¿Yo era un rival digno?

—Voy a acostar a Nick y no se demoren tanto, que comemos en unos treinta minutos. —Eleonor se levantó del sillón con su hijo en manos—. ¿Me acompañas? —Miró a Dylan.

—Vale, no me interesa ver el juego, solo saber quién de los dos ganó —respondió con su acostumbrada franqueza.

Eleonor se marchó con sus dos hijos, mientras Simon y yo permanecimos en la sala acomodando las piezas.

—No pensé que fueras tan bueno —dijo, al tiempo que colocaba las piezas en el tablero.

—Sí, ya sé que no tengo facha de que me gusten ese tipo de cosas.

—Perdón, soné muy prejuicioso.

Negué con la cabeza.

—Estoy acostumbrado a que piensen mal de mí —bromeé, aunque en parte era verdad, pues ser evidentemente chicano hacía que las personas asumieran que era un vago o un potencial delincuente juvenil.

—Nunca creí ese tipo de cosas sobre ti y no te estoy mintiendo por convivir, me pareces un buen muchacho, suelo repetírselo a Eli.

—Entonces, ¿usted fue el que hizo que ella dejara de odiarme? —No fue la mejor estrategia preguntárselo así, pero servía para resolver la duda de una vez.

—No se lo pedí tal cual. —Juntó ambas manos—. Le dije que no pareces mal muchacho y que dejara de subestimar a Dylan; que él tenía casi diecisiete años y que estos meses no había hecho más que demostrarle que era capaz de estar bien. Suelo recordárselo cada que se pone pesada, eso sí.

—Gracias, pero ¿por qué lo hizo?

—Quiero que Eli y Dylan vivan de la mejor manera que puedan. —Puso una mano bajo su barbilla—. Nosotros comenzamos a salir a espaldas de Dylan y no estaba de acuerdo con eso, pero ella decía que su hijo no lo entendería, que eran cosas complicadas. Fue por insistencia del padre de Eli que nos acabamos conociendo en una cena. Como te imaginarás, Dylan no habló y ella no hizo más que justificarlo con «el padecimiento».

El chico que cultivaba arrecifes | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora